El Víctor Fernández que compareció en sala de prensa tras el partido ante el Rayo fue el fiel reflejo de su equipo. Decaído, triste y resignado, el mensaje del técnico tras la tercera derrota consecutiva del Zaragoza transmitió tanta preocupación como el rendimiento del equipo sobre el campo, sobre todo, cuando insistió hasta en tres ocasiones en considerar que «todo está muy, muy, muy difícil. No imposible, pero muy difícil».

La lectura de Víctor dolió más que escoció. No tanto por irreal, sino por una amarga sensación de derrotismo impropia de un entrenador que es algo más que eso. Víctor es el líder en un vestuario carente de liderazgo. El portavoz de un club muchas veces afónico. El alma, se diría, de un Zaragoza al que ha conseguido elevar hasta donde nadie imaginaba. Víctor y la fe siempre han caminado juntos. Por eso, esas palabras hirieron incluso más que los cuatro tantos endosados por el Rayo Vallecano. Porque advertían que Víctor está hundido.

Su entorno más cercano justifica el bajón y la escenificación de su frustración apelando al zaragocismo del técnico. «Es humano y sufre como todos», vienen a advertir. Aseguran que ni se rinde ni se rendirá y que ya está inmerso en la ingente tarea de levantar el ánimo a un vestuario al que mandó otro mensaje atronador. «Tenemos que tirar de nobleza, valor y orgullo porque solo con la aportación futbolística va a ser muy difícil al enfrentarnos a equipos realmente importantes y, a priori, superiores». Si es por fútbol, parece avisar el entrenador, el Zaragoza no subirá porque no le llega. Quizá real, pero tan innecesario como hiriente. Justo lo que menos necesita un equipo al que le falta carácter y le sobra inseguridad.

También Víctor está careciendo de una capacidad de reacción compartida con sus pupilos. Se exime al técnico, eso sí, de cualquier grado de responsabilidad en los graves y groseros errores individuales cometidos por jugadores jóvenes y veteranos, alguno de ellos, como el caso de Atienza, reincidentes. Aunque quizá debió recurrir a rotaciones cuando pudo hacerlas. La plantilla es corta y los recursos limitados, pero se antoja excesivamente arriesgado apostar por los mismos cada tres días con apenas una o dos variaciones y casi siempre por obligación. Ni la calidad física de la plantilla -con numerosos futbolistas diesel a los que les cuesta mucho coger la forma- ni el diseño de esta nueva competición avalan semejante riesgo. Quizá si Clemente hubiese contado más, habría ganado en confianza, ingrediente esencial para no cometer errores como el de Montilivi. Y puede que Atienza estuviera más fresco física y mentalmente, lo que, tal vez, ayudaría a decidir mejor y a equivocarse menos.

El caso es que, quién lo iba a decir, con su mensaje y sus gestos Víctor está contribuyendo a la desesperanza, algo imperdonable con el equipo empatado a puntos con el segundo, con opciones de ascenso directo y el playoff casi asegurado. Aquella ilusión de hace cuatro meses se ha transformado ahora en desazón y pesimismo. Incluso en ira y cólera, como la que mostró un reducido grupo de aficionados hacia algunos jugadores a la salida del estadio el pasado lunes. Las imágenes, recogidas por Cuatro, evocan recuerdos dolorosos y tristes que parecían haber quedado definitivamente atrás.

¿Hay solución? Debería haberla. Las matemáticas y los rivales se empeñan en conceder oportunidades, pero depender de sí mismo se ha convertido en el gran problema. Precisamente porque el Zaragoza se ha convertido en su peor enemigo. Es ahí donde vuelve a emerger Víctor como único anelgésico tolerable. Quizá se impone volver al fin a aquel once que disparó las ilusiones, con Eguaras y Guti en el centro, Soro y James en los interiores y Puado y Suárez en vanguardia.

Pero, ante todo, es la hora de levantarse. Víctor el primero. La plantilla es tan corta como el presupuesto para diseñarla y los contratiempos se han sucedido con implacable ferocidad durante una temporada marcada por lesiones graves, suspensiones varias y batallas judiciales. Nada de eso pudo con el Zaragoza. Pero llegó la pandemia del diablo para cambiarlo todo y llevarse por delante a ese equipo que parecía invencible y a ese técnico heroico ahora hundido en la miseria.