Nadie acudirá hoy al tanatorio de la Liga para preguntar por el Real Zaragoza, porque las sombras carecen de familia, de amigos, de alguien que se interese por ellos. Eso fue ayer el conjunto aragonés --también su entrenador-- en el Camp Nou, una sombra anónima, hueca, despersonalizada... Un cuerpo sin alma ni corazón. Ingresó en el depósito de cadáveres, en la zona de descenso, por su propio pie y también por el empujoncito que le dio en forma de goleada el Barça más errático que se recuerda, un grupo individualista que se llevó la victoria con la única inversión de lo que salía de la chistera de Ronaldinho, que no fue poco. La falta de actitud de los jugadores de Paco Flores y del propio técnico para hallar soluciones urgentes como pedía el encuentro, provocaron un sonrojo que amenaza con convertirse en herpes crónico si algo no mejora en el futuro. Se sabía que este equipo está mediatizado por una plantilla floja pero muy predispuesta al sacrificio, al corporativismo, a la lucha sin tregua. Anoche se permitió la licencia de bajar los brazos y, además, de empalidecer por un pánico injustificado. Murió antes de nacer y el Barça se quitó su luto particular con un festín desorbitado.

A RITMO DE TRACTOR Flores dio continuidad al cerrozajo táctico para descomponer a un enemigo muy frágil en casa. En un principio el Barça se sintió incómodo por la estrechez de espacios, pero en lugar de caer en la depresión en medio de un ambiente hostil, se lanzó a tumba abierta y sin orden a por el triunfo. Siempre con Ronaldinho como líder de la resistencia, los azulgrana comenzaron a localizar grietas en el amurallamiento zaragocista, que se hizo tapia baja cuando Saviola cabeceó a gol un pase de Iniesta ante la condescendencia de toda la defensa.

Destruido el plan casi a las primeras de cambio, el Real Zaragoza agudizó su ritmo de tractor viejo y destartalado, sin alguien que le diera sentido al balón, con una mayoría estática, agarrotada y sin una gota de sangre. Soriano y Ponzio vagabundearon con la languidez del despistado, sobre todo el argentino, que sigue empeñado en descubir la cuadratura de la esfera regalándosela al contrario. Otras veces este equipo acudía al coraje, un remedio que no siempre aporta beneficios si se abusa de él sin ofrecerle algo de talento a cambio.

La sensación de orfandad resultó aterradora, mucho más que el empuje entusiasta del rival. Cani, por ejemplo, se escondió en su banda, y con su absentismo el Zaragoza perdió cualquier posibilidad de reacción, de dar un giro al guión de una derrota cada vez más inevitable. Villa y Galletti corrieron como llaneros solitarios, y el resto se dejó arrollar por la ligera brisa de un Barça que jamás en la historia de esta temporada tuvo un partido tan fácil. Por momentos, en el Camp Nou parecía que la escuadra de Frank Rijkaard jugaba contra nadie, quizás sólo contra César Láinez, quien evitó un resultado mucho más hiriente.

UN EQUIPO FRACTURADO El penalti de Cuartero sobre Luis Garcia al borde del descanso, marcado por Ronaldinho, fracturó aún más a un Zaragoza que ya se arrastraba invertebrado por el césped. Paco Flores asistió impasible al desmoronamiento. Tiene poco donde echar mano, pero eso no le exime de rastrear en busca de otras opciones. Hizo lo de siempre, dar entrada a Corona y a un Drulic recuperado para la causa por los desafortunados Soriano y Ponzio. Ya agota por repetitiva su obsesión por el trivote y esa tendencia a aferrarse a la versión más aburrida del equipo. Quizás debería jugar con un par de medioscentro y ponerle un compañero a Villa, ¿por qué no Savio cuando se recupere...? Así, desde luego, no hay fútbol ni resultados ni goles. Y el fracaso llama a las puertas.

El Barça rendondeó su plácida tarde con un tercer gol de Iniesta que bien pudieron ser tres tantos más si Luis García, Saviola y Sergio García no se hubieran encontrado con un Láinez enorme incluso en la catástrofe, el único ser vivo de un Real Zaragoza carente de espíritu que ha vuelto a la calle Morgue sin nadie que le llore, sin alguien que reclame su cuerpo frío e inanimado. Llega la hora de los milagros.