Se desvaneció como un soplido en la inmensidad. Flotaba en el ambiente que podía ser una edición de la Copa del Rey para liarla, para hacer soñar a toda una ciudad de nuevo, pero el Casademont fue muy poco Casademont en un día en el que debió serlo. La Copa es un torneo especial, ya lo avisó Porfirio Fisac. Tiene muchos intangibles, una cantidad ingente de nervios, emoción y tensión y no solo vale con jugar contra el rival, ya que también se hace contra uno mismo. Se necesita hielo en las venas y ahí el equipo aragonés falló.

Fue cocinando durante todo el encuentro un final terrible, como si fuera guionizándolo. Se perdió en un carrusel de rebotes defensivos descuidados, despistes en las líneas de pase e indecisiones en los primeros segundos de posesión que echaban paladas de tierra en la tumba de la eliminatoria. Le faltó un instante de pausa, de mirarse al espejo y recordar quién es y cómo ha llegado hasta ahí, un poco de paz entre la tempestad. Faltó experiencia, pero no por la edad o recorrido de los propios jugadores, sino por la bisoñez en situaciones límite como las que se dan en la Copa.

Mar de dudas

Y a pesar de todo, al final el Casademont tuvo muchas oportunidades de reengancharse al partido porque al Unicaja también le pesaban los antecedentes, el mal del anfitrión y todo lo vivido con una de sus bestias negras. Tenía miedo a fallarle a su hinchada al mismo tiempo que al Casademont le entró vértigo. Incurrió en errores infantiles y desperdició una opción como pocas de presentarse en semifinales de la Copa.

Al equipo aragonés se le notó todo el partido excesivamente acelerado, un concepto que conviene no confundir con esa seña de identidad que imprime Fisac a sus jugadores, ese juego con cierto grado de locura y velocidad bien controlada capaz de sortear cualquier muralla. Hubo prisa, malas decisiones y precipitación. Todo ello generó un mar de dudas que se convirtió en un océano en los minutos finales, donde además fallaron hasta los que casi nunca lo hacen, los veteranos, aquellos que están curtidos en tantas batallas. El Casademont se olvidó de su ADN y lo acabó pagando.

Fisac era sabedor de que en este tipo de encuentros el palmarés de Fran Vázquez suma, que la experiencia de San Miguel aporta, que Seeley y Benzing tienen años y puntos en las manos o que Brussino es todo un subcampeón del Mundo por algo. Por ello dispuso a sus hombres de confianza en los minutos calientes, pero el final llegó a tener cierto grado de esperpento por la cantidad de errores que se cometieron.

A poco más de cinco minutos para la conclusión comenzaron a encenderse las alarmas, ya que el Casademont estaba ocho abajo. Se reenganchó a base de garra y fe, pero le faltó agarrarse de verdad, creer que podía remontar como tantas veces antes.

Entonces entraron las prisas. San Miguel se precipitó por querer encontrar demasiado rápido a Radovic en el poste y su pase no llegó a las manos del montenegrino. En la siguiente acción, el base zaragozano volvió a fallar, esta vez en una puerta atrás de Seeley. Por si fuera poco, el campo atrás de Brussino fue un adefesio casi hasta cómico y, para rematar, DJ Seeley empañó su gran noche anotadora con otra pérdida que fue la tumba del Casademont. Fue un epílogo negro en el que el Casademont pagó la falta de experiencia y su bisoñez. La Copa es otra historia.