Ángel Ibáñez marcó un hito en la historia del deporte regional. Fue el primer aragonés en ganar una etapa en la Vuelta a España. El historial es bastante parco puesto que después solo repitieron el éxito Carlos Hernández, con tres triunfos en tierras asturianas y el naturalizado Juan Argudo. Pero lo de Ibáñez fue diferente puesto que logró el triunfo en su casa, nada menos que en la Plaza del Pilar, escenario único e irrepetible tras acabar otras etapas en el Parque Grande. Fue la victoria soñada y sucedió en 1967. «Fue impresionante y vino mucha gente de Bárboles, el pueblo donde nací. Entonces no se retransmitía por televisión, mis paisanos lo estaban oyendo por la radio y fueron a la plaza a disfrutar de mi triunfo. Entre ellos estaba Josefa, mi novia», recuerda Ibáñez.

Ese año la Vuelta contó con 110 corredores de los que 40 eran españoles. Comenzó en Vigo y acabó en Bilbao después de 18 etapas. La ganó por primera vez un holandés, Jan Janssen, que marcó las diferencias en la penúltima etapa, una crono de 28 kilómetros de Villabona a Zarautz sobre Jean Pierre Ducasse.

Ibáñez pertenecía al Ferrys. El equipo mediterráneo había perdido a Pérez Francés, que había fichado por el Kas, y no tenían un hombre claro para la clasificación general. Los más destacados eran el rodador Manzaneque, el escalador Castelló y el velocista Ramón Sáez.

La carrera bajaba de Andorra y después llegó una etapa de transición entre Lérida y Zaragoza. Eran 190 peligrosos kilómetros si aparecía el viento. Ibáñez tenía claro que podía ser su día. No era un hombre peligroso puesto que estaba el 50 de la general y podía contar con el beneplácito del pelotón.

Lo suyo fue el triunfo de un gregario en una escapada de 180 kilómetros. «Salté en el kilómetro 10, cerca de Binéfar, con un grupo de diez ciclistas, entre ellos Janssen, Del Rosso, Echeverría y Perurena. Pero se hacían los rácanos al no querer tirar nadie. Me fui cabreando y en unos repechos salté con mucha rabia. Ya no los vi más», recuerda el ciclista zaragozano.

Las diferencias del fugado fueron aumentando. Pese a la fuerza del viento lateral, en el kilómetro 96, al paso por Huesca, Ibáñez tenía una ventaja de 15.30. Pero la renta comenzó a descender, aunque el viento de espalda echó una mano al aragonés en los últimos kilómetros. A falta de 15 kilómetros tenía 5 minutos de ventaja y se desataron las hostilidades en el pelotón. Se formó un grupo perseguidor encabezado por tres Fagor.

La meta

La carrera entró en Zaragoza por el puente de Santiago, inaugurado poco antes, y acabó tras una larga recta en la Plaza del Pilar a la altura de la delegación del Gobierno. Ibáñez entraba en meta y conseguía su triunfo más soñado. Aventajó en 2.49 a un pequeño grupo, que le había acompañado en la fuga, encabezado por Txomin Perurena, José Pérez Francés y Carlos Echevarría.

Ibáñez vivió sus mejores años como ciclista en Torredembarra, localidad a la que se trasladó con su familia con 20 años. En la población tarraconense alternó el trabajo de albañil con las carreras en los pueblos donde se ganaba unas pesetas. «La gente se extrañaba y preguntaba de dónde había salido ese chico que estaba tan entrenado y tenía tanta constancia», recuerda. Fue profesional desde 1966 con 27 años hasta 1969 y fue un ciclista de pocas victorias. Corrió cuatro Vueltas, de las que terminó las de 1967 y 1969, y el Tour de Francia de 1967. «Era muy grande y muy largo, con 4.800 kilómetros de recorrido y etapas de 358», dice.

Ese año Ibáñez terminó la Grande Boucle que dominó Roger Pingeon por delante de Julio Jiménez. Disputó el Tour del Porvenir con la selección española en 1965 y colaboró en el triunfo final de Mariano Díaz. Ganó una etapa en la Vuelta a Andalucía de 1966 y otra en la Bicicleta Eibarresa. «Era más bien un rodador. Subía muy bien, pero el esprint no era mi fuerte. Pero sobre todo era muy sufridor y tenia un pundonor terrible», dice. Siempre le gustó pasar desapercibido. En Bárboles quisieron dedicarle una calle del pueblo, pero les hizo desistir de la idea a las autoridades.

Desde hace 54 años montó una tienda de bicis en la calle Filadors de Torredembarra. Es Ciclos Ibáñez, que ahora regenta su hijo Ángel. Tiene tres hijos y seis nietos y ahora es un hombre feliz. «He ido un par de veces a Bárboles. Aquí me siento bien y me llevo muy bien con todo el mundo», reconoce. Hace tiempo que no toca una bici. «Lo dejé porque lo que me gustaba era correr y competir. Ahora la pillo para coger el pan o subir a la tienda. Salgo poco a andar, pero de salud dentro de lo que cabe estoy bien. Aunque los 81 años pesan», reconoce el ciclista zaragozano.