Parte de la medalla de plata que logró el equipo español de K-4 en los Juegos de Montreal de 1976 se debe al heliófilo Javier Sanz. Ese glorioso día Esteban Celorrio, Díaz Flor, Misioné y Menéndez subieron al podio en el segundo cajón de los elegidos, pero Sanz se quedó con las ganas de poder competir en Canadá por desavenencias con Eduardo Herrero, entonces seleccionador. Afortunadamente, cuatro años antes tuvo el privilegio de disputar los Juegos de Múnich.

Sus compañeros de la selección decían que Sanz hizo el recorrido más duro y se bajó cinco minutos antes de Montreal "Me retiré a los 22 años, cuando era un crío. Me fui a trabajar a Candás, el pueblo de Herminio Menéndez, y me llevé una gran alegría cuando ganaron la medalla de plata mis compañeros", recuerda.

Sanz fue uno de los protagonistas de la revolución del piragüismo nacional junto a su paisano José María Esteban Celorrio. Desde principios de los años setenta los españoles progresaron hasta colocarse entre los mejores del mundo. "En cinco años pasamos de ir al Campeonato de Europa y terminar a 100 metros del primero a ser campeones del mundo en Belgrado en 1975", apunta el heliófilo.

Ahora está desconectado de este deporte. "Hace ocho años que no toco una piragua, pero echo de menos este deporte. ¡A ver si cojo al amigo Esteban Celorrio y montamos un K-2!", afirma con ironía Sanz. "Ultimamente practico frontón. Sudo igual que con la piragua, pero me lo paso mejor".

Los inicios

Sanz se inició en el deporte haciendo atletismo. "Gané bastantes cross en infantil y juvenil". Estuvo en dos Nacionales militares de pista y de cross y en "campo a través fui el séptimo", recuerda.

Sus cualidades físicas eran tremendas. El propio Esteban le llamaba El facultades . "Tambien estuve en el primer equipo juvenil de balonmano del Helios. Pero lo dejé porque me lesioné en el hombro. Y probé el fútbol".

En los Juegos de Múnich del 72 no se enteró de los atentados terroristas del grupo Septiembre Negro . "Sin embargo, nuestras familias en España estaban acojonadas. No hacían más que llamar y nosotros les decíamos tranquilamente que no pasaba nada. Y eso que vivíamos enfrente del bloque de los israelís", afirma.

Compitió en Múnich en el K-4. "Estabamos muy verdes y, pese a todo, por dos décimas no pasamos a la final". Ese grupo lo componían junto a Sanz, López, Menéndez y Chema Esteban Celorrio.

Con 22 años y a las puertas de los Juegos de Montreal, Sanz se planteó qué pintaba en el piragüismo. "No tenía nada que rascar. Nos daban subvenciones ridículas y no merecía la pena dejar los estudios y el trabajo. Por eso, no tuve ninguna duda de abandonar", afirma Sanz.

El equipo español llevaba a cabo unas concentraciones que le impedían hacer otra cosa que no fuera el deporte. "Para mí era imposible estudiar. Nos concentrábamos tres meses en Sevilla y otros tres en Madrid. Dejaba todo colgado. Entrenábamos ocho horas diarias y muy fuerte", dice.

El dopaje

En los setenta ya existían las ayudas extras para los deportistas. "Decían que había dopaje, aunque no nos enterábamos mucho. Pero observamos que algunas mujeres de los Países del Este tenían una musculatura exagerada. Tenían hasta bigote", explica.

Sanz siente pena de cómo está el río Ebro, en el que tanto se entrenó. "Si queremos que haya cantera, hay que arreglar el río. Hay que hacerlo navegable ya. Ahora se puede pasar andando por cualquier sitio", afirma.

Tiene una empresa de carpintería metálica en el Arrabal que se llama Aluplas. Ahora quiere retomar el piragüismo. "Me está volviendo el gusanillo de este deporte", confiesa. Sanz puede formar equipo con Esteban Celorrio en el proyecto que quieren llevar a buen puerto para que Herminio Menéndez se convierta en presidente de la Federación Española.