Intentar explicar desde la racionalidad, la cordura y el buen juicio muchas de las cosas que han sucedido en el Real Zaragoza durante estos últimos siete años es perder el tiempo. Casi todo ha sido irracionalidad. Un disparate. Será por lo que sea, seguramente porque esa terrible forma de hacer termina contaminando al que la respira, pero ya es larga la colección de entrenadores que, sentados en el banquillo de La Romareda, han empezado a hacer cosas raras. Aguirre se empeñó en Juárez y no hubo manera de que volviera sobre sus pasos, a Jiménez le entró el capricho con Romaric y, ahora, a Paco Herrera también le ha dado por ir contra natura. El técnico es un hombre normal, pero que ha comenzado a tomar decisiones extrañas y se ha obstinado en mantenerlas.

Comprobado está que el Real Zaragoza es un equipo que se cae cuando se concentran lesiones en hombres titulares. Entre otras cosas, esto quiere decir que la distancia entre los jugadores principales y los secundarios es notoria. A esta plantilla, que sería suficiente en un escenario idílico sin percances físicos hasta junio, le falta calidad.

Por eso aún es más difícil asimilar que Herrera tenga sentados a su lado a varios de los futbolistas con más clase: Barkero, Víctor o Henríquez. Por mal que hayan estado, que lo han estado. La situación del chileno es incomprensible. Ahora ni siquiera juega con partidos por remontar. Herrera debe replanteárselo. Si tiene poco, lo que no puede hacer es quedarse con menos por haber llegado a conclusiones erróneas.