Marcos era un niño de cinco años cuando comenzó a dar sus primeras patadas. Vestido con un kimono de talla pequeña y con la inocencia característica de esa edad. El joven menudo nacido en Garrapinillos se inició en el kárate dentro del pabellón de Utebo. Fue en esas instalaciones, situadas a la vera de la carretera Logroño, donde Marcos comenzó a fraguar su prometedora carrera como karateca. Un deporte que requiere un gran sacrificio, y aún más cuando mezclas los golpes con su carrera de Ingeniería de Tecnologías Industriales en la Universidad de Zaragoza. «Llegué a casa sobre las 19.00, después de volver del Mundial. Cené con mis padres y marché a la cama, me tenía que levantar temprano para ir a clase. Y lo hice encantado», explica Marcos.

Fue en la islas de Gran Canaria donde Marcos sacó uno de sus botines más preciados. Una medalla de bronce en el campeonato categoría sub-21, en una cita aún más especial ya que era el décimo aniversario de este certamen. «Esta medalla sabe muy bien, ya que es el reconocimiento a un trabajo y a una progresión, pero siempre se te queda una espinita clavada». Y es que Marcos Martínez encarna los valores del kárate tradicional, donde la ambición y el afán de superación son dos cualidades imprescindibles para toda persona que quiera escalar en el seno de este deporte. «Sabe mucho mejor ser campeón, siempre tienes mal sabor de boca por no haber logrado ser el mejor. Hay que valorar lo conseguido, sin dejar de ser ambicioso e ir a por más».

En el campeonato del mundo se citaron representantes de las potencias más pujantes a nivel planetario. Donde Japón, Francia, Italia o Turquía se posicionan como los primeros espadas para alzarse con las posiciones de honor. «Te enfrentas a los mejores del mundo. Son gente puntera en esta categoría, personalmente me motivan mucho estos campeonatos con tanta competencia. Me gusta medirme ante los mejores». Marcos luchó contra gente de su edad, 20 años, dejando por el camino al campeón de Europa de la pasada edición, Tyron-Darnell Lardy, y ganando sus combates con solvencia por 3-1. Pero fue el italiano Simone Marino el que le privó de acceder a la final y luchar por el oro. La gran capacidad del oponente superó la táctica de Marcos Martínez: «Utilicé una técnica de derribo, que luego iba seguida por un ataque de puño, pero él estuvo muy acertado».

Turquía venció, e Italia quedó segunda. Pero Marcos Martínez se alzó con un nuevo metal pesado para la colección, al lado del prestigioso oro que logró en 2015 el Campeonato de Europa. «Siempre intento salir con la misma intensidad. Este deporte no es matemático, todo depende del instante». Un éxito en el que han tenido una gran culpa Yaiza Martín y Antonio Martínez, sus padres adoptivos en este deporte. «Me han guiado desde pequeño. Gracias a ellos estoy avanzando hacia donde deseo. Se lo debo todo a ellos». Antonio le vio cuando era pequeño en las instalaciones de Utebo, fue él quien lo llevó al Gimnasio Shuriyama, ubicado en la Avenida San José, para que siguiera curtiéndose en esta práctica.

Su trayectoria está repleta de sacrificio, ya que combina el deporte al que tanto tiempo le lleva dedicando con el segundo curso de la carrera de ingeniería. «Yo vengo de las clases a las dos, como rápido para volverme a entrenar. Otros de clase pueden dedicar la tarde a otras cosas. La clave es saber organizarse bajo la idea de que hay tiempo para todo. Yo compagino la carrera de ingeniería con el kárate», explica Marcos Martínez.