Hubo en las palabras de Gerard Piqué tras la derrota de la Supercopa una mezcla de arrogancia por el pasado en que se sintió mejor -«es la primera vez en nueve o diez años que vengo aquí en que ellos han sido superiores», dijo- y de humildad y capitulación ante el presente tormentoso. El grito es evidente: el primer equipo necesita ayuda urgente. De la directiva para rearmar la plantilla desvalorizada y del nuevo entrenador para elevar el juego y el ánimo colectivo.

Ya a contrarreloj, la aturdida junta trata de cerrar la contratación de un centrocampista creativo (Coutinho) y un atacante con regate (Dembélé). Dos perfiles que, se llamen como se llamen, siempre han costado y costarán mucho dinero. Y el bar de los fichajes está a punto de cerrar. La paciencia ya ha perdido ante la prisas. Y no se puede disimular en las negociaciones. Tarde, pues, para regatear en la barra.

Enfrente hay un Madrid atractivo, formado por futbolistas imaginativos y habilidosos, bien seleccionados, y a los que Zidane les ha proporcionado un sentido de juego vibrante. En el Bernabéu el Madrid impuso una rotunda superioridad pese a prescindir de entrada de Bale, Casemiro, Isco y, obligatoriamente, de Cristiano. Pilares de Zidane. Y sabía a lo que jugaba. A algo que se parecía a lo que le funcionó al Barça más distinguido de los últimos años.

El antinatural 3-5-2 de Ernesto Valverde en la primera parte alimenta la confusión sobre el patrón de juego, avivada desde la incorporación de Paulinho, presentado ayer. Espera la comisión técnica barcelonista que el músculo del centrocampista brasileño pueda ejercer de efecto Davids en el engranaje azulgrana.

Pero cuesta imaginar un cambio así de repentino. No sin más contrataciones sustanciales que ayuden a paliar el tremendo agujero dejado por Neymar. El ataque posicional se ha debilitado, agravado ahora por la lesión de Luis Suárez, que estará un mes de baja al sufrir una distensión en la rodilla derecha. Se perderá los partidos de Liga ante el Betis y el Alavés.