--Ya sabe que es un futbolista inolvidable en Zaragoza.

--Claaaro. ¡Por la portería! (carcajada). Hace poco me trajeron un periódico en el que Alfredo Relaño hacía un comentario sobre la anécdota aquella que me pasó, cuando se cayó la portería. Entonces yo a todo el mundo le decía que eran de corcho las porterías y cosas así. ¡No sabía cómo salir del apuro! Unos me preguntaban si le había dado un cabezazo a los palos, otros que si fue una chilena... (más risas). Siempre me ha perseguido ese día con un montón de preguntas y tanto cachondeo.

--El cacique del área. Bonito apelativo tenía.

--Viene de mi etapa en Argentina. A uno de los muchos periodistas que seguían al Vélez Sarsfield se le ocurrió bautizarme con ese nombre. Hay que recordar que esa zona de Buenos Aires entonces era como el far west y que al estadio le llaman El Fortín. Como en los fortines se supone que estaban los soldados y los indios, con sus caciques al mando, pues yo creo que la cosa vino por ahí.

--¿Cómo llegó al Zaragoza?

--Fui después de estar cinco años en el Atlético. Llegué ya con la concentración de pretemporada avanzada. Era en el Pirineo, precioso. Estaba Carriega de entrenador y un equipo muy muy bueno. Teníamos jugadores que se salían de lo común.

--Diga uno.

--El Lobo (Diarte) era una joya. Tenía una gran zancada, regate largo, cabeceaba... Y tenía un par de narices.

--¿Se adaptó pronto?

--La ciudad era encantadora. Me pareció siempre como Madrid, pero en pequeño. Todas las costumbres de la gente, del chateo, de tomar un aperitivo... eran iguales. Viví en una edificación que se llamaba Habitat 2000.

--¿También tardó poco en acoplarse a los compañeros?

--Nada. Eran unos fenómenos. Estaba Arrúa, un genio; Manolo González, que era un central de la leche; los porteros también eran muy buenos; García Castany, que tenía unas hechuras de futbolista estupendas...

--¿Cómo era Arrúa?

--Era un organizador, pero también tenía llegada a gol y buen golpeo de balón. Se comportaba como un veterano. Sabía controlar, tapar el balón, salir por el lado fácil. Era de esos jugadores que eligen opciones. No hay muchos. Al revés, hay millones de jugadores que no eligen opciones. Otros como Xavi van eligiendo todo el tiempo. Si no la encuentran se dan la vuelta y buscan otra. Luego era un tío muy simpático, dicharachero.

--Se les recuerda a los Zaraguayos también por ser algo díscolos y por sus andanzas nocturnas.

--Yo no he participado nunca de la noche, y menos con esta gente. ¡Porque ya los conocía más o menos cómo eran! (risas). Bueno, cada uno vive de una manera y a mí no me gustaba mucho salir. Por eso jugué tantos años, porque me cuidé mucho.

--En la primera temporada jugó 21 partidos, pero en la segunda solo cinco. ¿Tuvo algún problema?

--Tuve problemas de papeles en Zaragoza por aquello de los oriundos. No pasó nada al final, se demostró con juicio que no había ningún problema.

--¿De qué partido se acuerda?

--Del 6-1 al Madrid. Yo vi la alegría de la gente, qué cosa más bonita. Se daban las cosas más deseadas para un futbolista. Eso no era un regalito del Madrid, ni mucho menos. Entraban los goles porque se sudaban y porque se generaban ocasiones. Llegaba uno, y otro, y otro... Y a cual más bonito. La gente se volvía loca.

--También jugó una final de Copa contra el Atlético de Madrid.

--Sí. Yo no pude jugar ese partido, estaba lesionado. Tuve un tirón la semana anterior. Ni siquiera viajé a la final.

--¿Cómo fue la noche aquella en la que Pelé se despedía de Europa en La Romareda?

--La Romareda estaba hasta arriba. Pero a mí me pasaban muchas cosas raras de esas, anécdotas como la de la portería...

--¿En Zaragoza también?

--No. Cuento una de Argentina, un día que echaron al portero. Era el Gato Marín, que cogía el balón y lo agitaba como si fuera un sonajero. En una de esas se le escapó y le dio en la cara al árbitro (risas). ¡Y lo expulsó! El Gato lloraba como una Magdalena explicándole al árbitro que se le había escapado el balón, pero nada. Mientras tanto, yo ya le iba quitando la camiseta para ponerme en la portería.

--¿Eso fue con Vélez?

--Sí. Después de expulsarlo, los contrarios, que eran el Gimnasia y Esgrima de La Plata, me tiraban desde el vestuario, además de decirme de todo. Me gritaban y me insultaban para bajarme la moral. Me veían primerizo y pensaban que me iba a asustar allí con El Lobo (así llaman al equipo porque su campo está junto al bosque). Me disparaban desde todos lados y me fui calentando. Me fui metiendo en la función de portero y agrandándome, sobre todo después de que la hinchada de Vélez vinieran todos detrás de la portería. Me empezaron a corear y me crecí. Cuando faltaba medio minuto para el final del partido pitaron un penalti a favor del Lobo.

--¿Y lo paró?

--(risas) Sííí. Se creó un silencio tremendo, con gran tensión. Pero yo me acordé de cuando era pequeño, de lo ágil que era para parar cuando estaba en el arco. Y decidí jugármela a un lado. Me la tiró Onnis, que fue internacional, pegada al palo derecho, a un metro de altura, bonita para agarrarla. En décimas de segundo, ¡lo que es un tío que se concentra!, pensé si cogerla con las manos o con el pecho. Y la saqué con el pecho como si fuera una bola de tenis. Ya después se me tiraron todos los compañeros encima, qué sufrimiento. Y luego la gente que bajó de la grada me aplastó.

--En Zaragoza no se han olvidado de Ovejero en estos 40 años. Todo por aquella noche con Pelé en la que tiró la portería. Se ha contado de muchas formas. ¿Cómo la cuenta Ovejero?

--¡Cuarenta años! Recuerdo que el Santos jugaba un poco retrasado y dejaba dos hombres arriba y Pelé, que hacía como un triangulito. En una jugada vi que presionaban a Arrúa y yo me fui hacia el círculo central para pedírsela. Tardó un poco y luego me la dio cortita. La robó nada menos que Pelé, que le pegó con efecto hacia la izquierda, donde estaba Clayton, un extremo izquierda que era una flecha. Nieves empezó a salir y yo me fui directo hacia la portería para tratar de salvar el gol. Se la picó por encima y se quedó mi duelo con el balón y la portería. Intenté sacarla medio de cuchara, de chilena..., qué sé yo... Pero me llevé la red, los palos y todo. Me enganché en la red y el travesaño casi me cayó en la cabeza. Vino Nieves y se quedó perplejo mirando mientras yo le decía: "¡Levántame el travesaño para poder salir!".

--¿Qué le dijo Pelé?

--Fue al primero que me encontré cuando me levanté. "No me lo creo. Veinte años jugando al fútbol y esto no me había pasado nunca", me dijo.

--Era la hora de las fotos.

--Claro. No se puede imaginar la cantidad de fotos que se hicieron. Cuando volví para el 75 aniversario del Zaragoza, Manolo González me dio las gracias por haber tirado la portería, ¡porque todos se pudieron hacer fotos con Pelé! "Esas fotos se las debemos a Iselín", dijo.

--¿Era muy diferente el fútbol de aquella época?

--Era otro sentimiento, otra cosa. Ha cambiado mucho. La pasión era diferente.

--¿Era mejor o peor?

--En algunos casos mejor. Otros peor. Ahora, por ejemplo, se ven las gradas coloridas con los colores del equipo, todo el mundo lleva su camiseta. Antes se veía una banderita y nada más. Pero nos quedamos con la alegría que trasladábamos a la gente, era increíble ver sus caras en días como aquel del Madrid.

--¿Qué hizo cuando dejó el Zaragoza?

--Fui al Terrassa y ya lo dejé.

--Sin embargo, ya nunca se separó del fútbol.

--Fui al Atlético y allí he estado 32 años. He pasado por todo. Empecé con las inferiores y fui ascendiendo temporada a temporada. Tuve fortuna porque hice justo lo que quería hacer.

--¿Qué le parece el Zaragoza?

--Se parece poco al que estuve yo. No he vuelto a pisar La Romareda, no sé por qué. Tengo que volver un día, siempre lo pienso. Allí hay amigos entrañables y el pueblo aragonés es la releche, con un corazón gigante.