Cuando se termine todo esto ahí estarán. En Aluche. Quizá en un banco en el parque de las Cruces o sentados en la grada del pabellón de Fanjul viendo a la chavalería pegarle a la pelota. Si hace bueno se subirán a la sierra con los perros y si sale malo irán a jugar a los bolos o montarán una cena en casa de uno. O de otro. Da igual. A quien le toque. Ojalá pueda venir Rafa desde Francia. Fijo que están Álex, Alberto, Jaime, Kleber, Sergio e Iván bajará de Carabanchel. Se reirán, seguro; planearán una escapada a la playa, recordarán la última pachanga en su barrio, su mundo. Y esperan celebrar la permanencia del Huesca y ese gol imaginario que marcará Jaime, aunque a él no le gustará que hablen de eso. Porque ahí es Jaime, no Seoane, es su colega, el de toda la vida, el que nunca va a cambiar, uno más. Jaime, el de Aluche.

Jaime Seoane es tan normal que no parece futbolista. O lo que pensamos que es un futbolista. «Siempre me ha gustado sentirme una persona normal, que únicamente juega al fútbol, pero como otra persona que lo hace. Me gusta que me traten como a uno más y con ellos me siento así», reconoce Jaime.

Aún no se acostumbra a que le reconozcan por la calle. Como esa vez en Cádiz cuando estaba con Alberto. «Es tan normal que si no sabes que es futbolista ni te lo crees. Encima él no te lo va a decir, ni que juega en Primera, ni que ha estado en el Madrid», recalca su amigo. Para él tampoco es eso. Para él es ese pequeño vecino de urbanización con el que jugaba a todo, «y a todo te ganaba», el hijo de Andrés y Angelita, ese enano con el que empezó a ir al colegio Enriqueta Aymer y con el que pasó las pruebas del Escuela de Fútbol Aluche. «Entramos en prebenjamín y a mitad del año siguiente ya se fue al Madrid de lo que destacaba. Salía cinco minutos y te metía tres goles», relata con claridad Alberto. «Yo no me acuerdo tan bien, sé que era muy rápido, que me la tiraba adelantada y me iba de todos. Era delantero», añade Jaime desde Huesca.

En el Madrid fue pasando todas las categorías hasta el Castilla. Mientras otros se iban quedando, él, Borja Mayoral y Javi Sánchez (Valladolid) aguantaban. Zidane le hizo debutar con el primer equipo en Copa en 2017 y se lo llevó de gira a Estados Unidos en el 2019. Un carrerón sin salir de Aluche, esperando en la parada del autobús todas las mañanas para ir al instituto con su inseparable Álex Rodil. «Ibamos a verle siempre al Castilla. Hay futbolistas fardando de Audi, de casoplón, pero a él no le interesa, no se basa en ello, se centra en estar bien con sus amigos, su gente, ser cercano, noble», reafirma su colega.

Y Jaime les devolvía la visita. Cuando tenía libre iba a verles a entrenar o jugar con el Aluche, donde Álex sigue siendo el mediapunta en Primera Regional. «Hasta he hecho alguna pretemporada con él y su preparador. Es un ejemplo de persona responsable y disciplinada. Un tío top», asiente Rodil recordando todas esas veces que dejaban a su amigo en casa a las nueve de la noche porque prefería descansar que dar una vuelta más o cómo se sacó el bachillerato en mitad del frenesí del fútbol.

«Me gusta y me siento orgulloso de ser de Aluche, de ser parte de una familia humilde, porque todo se valora muchísimo más. Estoy seguro que ser así me ha hecho llegar aquí, porque me considero muy trabajador», admite Jaime. Aluche es un barrio de gente humilde del sur de Madrid. De inmigrantes. Antes de Andalucía o Extremadura y ahora de Dominicana, Perú o Marruecos. Un lugar real que te pone los pies sobre la tierra.

Por eso Jaime es como es, por eso en su último año en el Castilla decidió hacer voluntariado. Iba varios días a la semana a la Ciudad de los Muchachos de Getafe: «Es una residencia de chicos que por distintas situaciones no pueden vivir en ese momento con sus familias. Hacía algo fuera del fútbol y me sentía valido», dice añorando esa labor.

Ahora está jugando con Pacheta, es titular y empieza a sentirse cómodo. Ha pasado ese tiempo en el que no contaba y tuvo que irse a Lugo. Él dice que todo le sirvió para aprender y reconoce que al ser la primera vez que salía de Madrid le costó adaptarse. Pero ahora vive con su novia, la de siempre, la del barrio, claro, encantado en Huesca. Y allÍ estuvieron sus amigos cuando la cosa no iba tan bien. «Fuimos a verle unos días antes de la pandemia. Nos llevó a Ordesa», recuerdan Alberto y Álex.

Porque a los amigos hay que apoyarlos, aunque eso conlleve ser infiel a tus colores. «Nos juntamos a verlo los tres que podíamos contra el Madrid e íbamos a muerte con el Huesca. Yo llevo su camiseta con orgullo por el barrio», afirma Alberto, convencidísimo de que se salvan, y harto de ver a su amigo en la distancia y con mascarilla como las últimas veces. Quieren que esto acabe y volver a estar, como en ese último día tan especial para él, juntos jugando al fútbol. Álex, Iván, Alberto, Jaime... unos amigos en Aluche. Nada más.