Las cosas sobrevienen tan rápido, se suceden a tanta velocidad en el Real Zaragoza, una detrás de otra y la última siempre sepultando en importancia a la anterior, que lo que en realidad ocurrió anteayer, parece cosa de otra era, de una época lejanísima y perdida en el túnel del tiempo. En verdad no es así y hoy, marzo del 2014, la Sociedad Anónima Deportiva (SAD) está sufriendo en carne propia las terribles consecuencias de un conjunto de malas acciones ejecutadas la temporada pasada, no en los noventa, ni en los ochenta. En el 2013.

De aquellos barros vienen algunos de los lodos que ha habido que limpiar a manguerazo limpio en este inicio de año. Un conglomerado de decisiones equivocadas que están condicionando la triste vida financiera del Real Zaragoza. El último caso, y el más manifiesto, es el de Romaric, toda vez que un juez ha resuelto definitivamente que la SAD debe pagarle los millonarios emolumentos que tiene pendientes a través del embargo de taquillas y cuentas. Todo un jaque económico para un club debilitadísimo y al que cualquier imprevisto hace tiritar.

Romaric es la última muesca de una historia repleta de desaciertos: los casos de Paredes y Movilla, incomprensiblemente renovados hace unos cuantos meses, el nuevo contrato firmado a José Mari aquellas mismas fechas y por encima de su valor de mercado, o la adoración de jugadores de bajo pelaje como Apoño, otra de las banderas del último proyecto, que acaba de pagar aquella veneración despotricando de La Romareda. Y más cerca, el blindaje de Paco Herrera por dos años para arrebatárselo al Mallorca.

Detrás de esas decisiones, excepción hecha de esta última, estuvo la misma persona: Manolo Jiménez, cuyo terrible legado ha borrado para siempre su estupendo primer año, aquella jota veraniega y cuyos disparates han vuelto a poner de manifiesto la importancia de saber que no cualquiera vale para todo y que cada zapatero está mejor en sus zapatos.