Nadie representaba mejor la estampa de la felicidad que Javier Mascherano después de entregar sacrificio y dolor para obtener la recompensa soñada: "Jugar el partido más grande que uno puede soñar". Y no era el último que había disputado, frente a Holanda, resuelto en los penaltis, donde sin chutarlos también tuvo su porción de mérito, sino el próximo. La final del Mundial. En el templo de Maracaná. El próximo domingo. Ante Alemania, el país que más veces la ha jugado.

Será la primera para Mascherano. Y la última, a los 30 años. Aunque eso no se pueda decir de un futbolista que siempre traspasa los límites. Como Messi, pero en otros vectores. Este sorprende por la irrealidad de sus acciones, inimaginables. Mascherano supera las cuotas estándar de valentía y pundonor, de altruismo también. "Lo máximo que puede pedir alguien como yo al que le apasiona esto es estar hoy en un lugar así y saber que el domingo vamos a estar en los ojos del mundo, que no es poca cosa", dijo lloroso.

"Se acalambró cinco o seis veces en el partido, se dio un golpe en la cabeza, esa última jugada con Robben...", recitó el portero Sergio Romero, todavía asombrado por el despliegue del mediocentro, el defensa más cercano en ese momento. "Me abrió el ano esa jugada, y disculpen la grosería", reconoció Mascherano, cuando estiró la pierna, "en ese segundo que me dio Robben al tocar el balón", para interceptar al delantero, en el último minuto de los primeros 90.

Mascherano y Messi representan los dos ventrículos que bombean la sangre de Argentina, roja como las demás, según el símil de Romero. "Masche es un león dentro del campo, es nuestro corazón, es la garra y Leo es el otro, con sus gambetas que nos dejan con la boca abierta". El poder bicéfalo de la albiceleste, compartido, complementario: Messi lleva el brazalete, Mascherano manda.

EL CINCO DE RIVER El Jefecito es el Jefazo. El apodo procede de cuando heredó la camiseta con el 5 de Leonardo Astrada en el River Plate. Más joven y más enjuto, heredó también el apodo de su precedesor, pero en la versión diminutiva. Tenía 19 años. Once después, cuando habla Mascherano se extiende el silencio. "Solo pedí que estuviéramos a la altura de las circunstancias, representando a nuestro país, a nuestro fútbol y que, por lo menos, la gente se sintiera orgullosa de nosotros", desveló el centrocampista del Barça.

El reconocimiento unánime subrayó la figura de Mascherano. Él era el primero en sentirse orgulloso del comportamiento del equipo. Se puso al frente y los demás le siguieron. Cayó conmocionado en el primer tiempo con un golpe en la cabeza y siguió; se contorsionó ante Robben y se levantó. Tomó la palabra en la prórroga y le escucharon: "Les dije que estaba orgulloso de ser parte de este equipo, que habíamos estado a la altura más allá del resultado y que el destino nos colocaría donde nos correspondiera".

La jerarquía bien entendida y bien ganada en gestos como ese, complementarios al despliegue sobre el césped. "Quizá a la gente le gusta otra cosa, pero a mí dénme este equipo. Cada uno hizo lo que había que hacer, lo que habíamos dicho que había que hacer", continuó, consciente de que Argentina combate desde el plano de la inferioridad.