Hace años que su vida gira en torno al fútbol. ¿Se imaginó en algún momento en este mundo?

—No. Yo había estudiado derecho y después de unos años de ejercicio libre, en 1991 entré en la asesoría jurídica de Pikolín. Luego dio la casualidad de que Alfonso Soláns padre compró la mayoría de las acciones del Real Zaragoza. Las primeras vinculaciones fueron casuales. Un día me dijo: «Jerónimo, mañana tienes que estar en Ginebra». Era una vista en inglés de un procedimiento de UEFA contra el Zaragoza por unos altercados en un partido contra el Dortmund. A partir de ahí fue aumentando la colaboración para pequeñas cosas hasta que, fallecido don Alfonso padre, me llamó don Alfonso hijo para decirme que había pensado en mí para sustituir a Javier Paricio.

—¿Jugó al fútbol de pequeño?

—No. Era un mal jugador de baloncesto, pero muy intenso. Estuve hasta los treinta y tantos años jugando. Era perseverante pero sin calidad. Mi vocación y mi salida natural cuando estudié era el derecho y en eso estaba en Pikolín. Fue la casualidad del idioma y la sustitución de Javier Paricio lo que me llevó al fútbol.

—¿Coincidió con Javier Paricio en el club?

—No podíamos tener el mismo puesto y la idea que tenía el presidente era que hiciéramos un solapamiento para que yo, a través de Javier, conociera a todo el mundo, para que no cayera como un paracaidista en mitad de un mundo que nada tenía que ver con el mío. Fueron años de aprender mucho y vivir experiencias preciosas.

—¿Es inolvidable Paricio?

—Su pérdida ha sido muy dolorosa para todos los que convivimos con él. Fueron años especiales, me introdujo en ese mundo tan diferente. Era una persona que no podía pasar desapercibida ni por su físico ni por su forma de relacionarse. A cualquier sitio que fueras le querían.

—¿Cuánto sorprenden los modos del fútbol a una persona que se ha preparado para un mundo tan formal como la abogacía?

—Cuando empecé hubo muchas cosas que me llamaron la atención. Es cierto que el mundo del fútbol es diferente, pero tampoco el mundo de la abogacía es sencillo. Hay corderos, pero también animales peligrosos. Sí que había contrastes que llamaban mucho la atención, pero hay que desmitificar eso también. Un club de fútbol es una factoría de ilusiones, no solo de deporte. Se gestionan emociones y hay que adaptarse a cosas como los medios de comunicación. También hay una gran masa crítica de gente, cada uno con su legítima opinión de cómo se tienen que hacer las cosas.

—¿Qué es lo mejor del fútbol?

—La gente que te encuentras. El deporte en sí ya es un valor que la gente joven debería apreciar ahora más que nunca. El chaval que hace deporte no solo está aprendiendo una serie de virtudes como la responsabilidad, el trabajo en equipo o el cuidado alimenticio. La segunda faceta es la gente especial que te encuentras, con muchas vivencias, con grandes experiencias, con mucho que contar, muy interesantes.

—¿Borraría algo?

—El deporte en sí funciona bien. Lo que a veces chirría es la relación entre las inmensas cantidades de dinero que se manejan a determinados niveles. A veces hay intereses que son tangenciales al fútbol y que no deberían entrar en él, desde temas de apuestas hasta organizaciones no demasiado claras. Esas cosas exigen cuidados porque hay gente que quiere entrar y que no debería entrar.

—Eran días de cambio en el Zaragoza y en el fútbol cuando aterrizó. ¿Cómo los recuerda?

—Llegué a 15 días de terminar la temporada 97-98 y empezar la siguiente ya con Chechu. El fútbol empezaba a despertar hacia la profesionalidad más absoluta, desde clubs deportivos que se habían tenido que adaptar a ser sociedades anónimas. La mentalidad del fútbol anglosajón nos sacaba kilómetros de ventaja en cuanto a explotación comercial. En el Zaragoza fueron años de transformaciones, el inicio de un Zaragoza más moderno, con el departamento de marketing, la tienda, el museo, el gimnasio...

—No queda ni el edificio.

—El otro día pasé por allí y me da una pena inmensa. Estuve en la reunión de obra de todos los días durante la construcción. Ha sido una de las grandes sedes del fútbol español. Venían clubs con tanto potencial como el Madrid y el Barcelona que se asombraban de nuestras oficinas.

—¿Le sorprendió que Soláns vendiese el club o lo barruntaba?

—Como es lógico, esas cuestiones se llevan en estricta confidencia. No es barruntar la palabra, pero yo sabía que eran unos años complicados para el presidente porque había un grupito de personas dentro del zaragocismo que no veían con buenos ojos su presencia allí. En ese sentido, él estaba dolido. Fue injustamente tratado. A Alfonso Soláns padre no va a haber necesidad de reivindicarlo, pero Alfonso Soláns Soláns necesita un acto de justicia por todo lo que hizo por el Zaragoza. Lo viví desde muy cerca, sé lo que puso de su parte, lo que sufrió y aportó, con esa especie de leyenda negra de que no le gustaba el fútbol. Él era y es zaragocista hasta la médula como su padre.

—¿Por que eligió quedarse en el Zaragoza cuando Soláns se fue?

—Llevaba muchos años vinculado al Real Zaragoza y, aunque entré de su mano, después de casi diez años de gestión en el club, tenía un cierto sentido la continuidad. Pero llegó la nueva propiedad, tenía sus intereses y quería gente de su confianza. Es lo que hicieron.

—¿Qué hizo el último verano?

—Estuve muy poco tiempo. A finales de mayo se produjo la venta y en octubre ya me había desvinculado del Zaragoza. Buscaban otro tipo de gestión y yo no estaba a gusto. Era, como decimos los abogados, un mutuo disenso. No tenía sentido continuar. En cuestión de semanas fue evidente que no encajábamos.

—¿Cómo era Agapito?

—Yo lo traté muy poco. En la corta distancia, una persona que enseguida se acerca a la gente y fácil de trato. El resto no lo viví. Ese verano él ya actuaba a través de sus personas de confianza.

—¿Vio cosas raras?

—El ritmo y la responsabilidad que tenía con la familia Soláns no tenían nada que ver con lo que esperaban en la nueva etapa. Cuando se hacen las cosas de una manera que no te acaba de agradar y te das cuenta de que tampoco eres del agrado de esas personas, no tiene sentido seguir.

—¿Cómo se siente negociando al otro lado de la mesa?

—Me siento cómodo. Hay clubs con los que son todo facilidades, otros que no tanto. Lo importante es que cada uno conozca su papel. En su momento me tocó morder en la yugular por el Zaragoza y ahora por mis clientes.

—¿A quién no olvidará?

—Hay jugadores que se te quedan para siempre dentro, como Santi Aragón, Solana o Láinez. O Luis Costa. Y otros que te queda el orgullo de haber ayudado a que vinieran, como Milosevic, los hermanos Milito, Savio...

—¿Cuál fue la negociación más insólita con el Zaragoza?

—La de Radimov. Yo ni había entrado en el Zaragoza. Acompañé a Paricio a Moscú para negociar con el CSKA, el equipo del ejército soviético. Allí las formas de negociar eran muy diferentes. Una semana encerrados en unos despachos soviéticos, con unas hamburguesas soviéticas como única comida... Una negociación complicadísima. No hablaban inglés y utilizaban a una traductora que no entendía los términos futbolísticos. Cada dos por tres nos cambiaban la negociación y la chica se ponía como un tomate. Ellos querían el contrato solo en ruso y yo les dije que ni hablar, que en inglés. Así que al final les dijimos que si se empeñaban en hacerlo en ruso, yo me empeñaba en hacerlo en español. Así fue. El contrato de Radimov estaba la mitad en ruso y la mitad en español. Nosotros no teníamos ni idea de lo que decía su versión y ellos ni idea de lo que decía la nuestra (risas). Fue un disloque.

—¿Qué dijo el jugador?

—Estaba en la Eurocopa de Inglaterra, así que volamos a Liverpool a verlo. Allí tampoco entendían otro idioma, Radimov no nos conocía... Fue un desastre. Menos mal que Karpin nos echó una mano. Su agente tampoco estaba allí, así que el chico firmó lo que le dijimos que firmara. Menos mal que éramos gente de fiar.

—¿El fichaje de Diego Milito también fue duro?

—Fue en Génova, con Enrico Preziosi, que lo iban a meter en la cárcel. Era esperpéntico. Su abogado me citaba justo enfrente de lo que allí es la audiencia nacional, donde lo juzgaban todos los días. El presidente salía de la vista en la que le estaban vapuleando, venía al despacho, hablábamos un ratito de Diego y se volvía a ir. Y volvía a venir, y se volvía a ir. Entretanto, comenzó a ser peligrosa mi estancia allí. Salió en la prensa una fotografía mía tipo espía y decía: ‘Han venido a robarnos a Milito’. Un taxista me reconoció y me dijo que si yo era el que había ido a robarles a Diego. Entendí que era peligroso y los últimos días me fui a un pueblo cercano. Diego fue un encanto de persona, me facilitó todo y me pude venir con él de la mano.

—¿Le tocó sentarse alguna vez con Lendorio?

—Sí, en la venta de Acuña. Él tenía fama de tener un aguante espectacular con el alcohol. Le gustaba dilatar mucho las negociaciones. Yo fui un poco vencido porque el Zaragoza necesitaba llegar a un acuerdo. Tuvo mala suerte porque yo no bebo alcohol, solo coca-cola. Hoy ni eso, agua. Se hacían las 2 de la mañana, las 3... Él daba vueltas y más vueltas a la negociación, hasta las 6 o las 7 de la mañana, cuando se dio cuenta, después de diez botellas, de que no iba a tomar una gota de champán y cerramos el acuerdo.

—¿Alguien le cautivó?

—Gente como mi presidente o el del Villarreal, otros que ya estaban en el fútbol como Pedro Herrera, una persona a la que ya va siendo hora de que se reivindique en esta ciudad. Fue la persona capaz de ver y traer jugadores que el Zaragoza, por presupuesto, no se podía permitir. Manejaba mucha información y sabía seleccionar lo mejor. Savio también me dejó huella. Era casi patológicamente tímido, pero una bellísima persona.

—¿Cuándo saldrá el Zaragoza del agujero?

—Hará falta tiempo y mucha paciencia. El fútbol es tremendamente complicado, la competitividad es máxima y, en ese sentido, la deuda que arrastra merma mucho las posibilidades deportivas. Detrás hay una institución muy reconocida, una masa de aficionados fiel, una ciudad grande y una serie de necesidades, desde un estadio moderno hasta tener una capacidad financiera lo suficientemente grande para poder devolver la deuda. Contra eso está el espíritu maño. Nosotros no nos rendimos y tarde o temprano el Zaragoza estará donde debe.

—¿Cómo es el futbolista?

—Si hay que definirlo, hay que empezar por su edad. Son gente muy joven que soporta una presión excesiva. Me gustaría saber qué habríamos hecho otros si a los 19 años hubiésemos tenido tanta notoriedad. Los chavales son ahora más responsables y trabajadores.

—¿No se les entiende?

—Parece que tengan que estar estigmatizados. Primero por el profesor de turno que le puede decir que no vaya de estrellita cuando el chaval no ha hecho nada. Después porque a veces se toma mal que el futbolista pida algún aplazamiento o cambio para asistir a determinada competición. «Tienes que aguantarte», les dicen algunas veces. La sociedad, en general, debe ser más justa con ellos. Son muy jóvenes y tienen que tomar decisiones de adultos. Hay que ayudar, son gente sana que hace deporte, que no es que vaya a boleras o discotecas.

—¿El ejemplo es Vallejo?

—Sí. Jesús puede aportar muchísimo en ese sentido. Ya lo hizo en el Zaragoza, también en Frankfurt o cuando vaya al Real Madrid. Es el chaval más fácil de poner como ejemplo. Es clarísimo que gente como Jesús es una guía.

—¿Es muy cartesiano?

—Tiene un cierto sentido germánico. Le gustan las cosas muy bien organizadas, planificarlo todo y ser enormemente responsable con la nutrición y la preparación física. Lo tiene fácil en Alemania, donde tienen cumplida fama de ser metódicos. Allí están a las 8.30 de la mañana, desayunan juntos, comen juntos, hacen un montón de sesiones médicas y físicas... Pasan muchas horas. Él se ha sentido fenomenal. Cogió un profesor de alemán, además, y a los pocos meses ya hizo entrevistas en la televisión alemana en directo.

—¿Jugará en el Real Madrid la próxima temporada?

—Lo tiene que decidir el Real Madrid. De momento, se nos dijo en su día que necesitaban un tiempo para tomar una decisión y hasta ahora no la han tomado.

—¿Hasta dónde llegará?

—Hasta donde quiera. Si con 18 años te contrata el Real Madrid por seis temporadas, ya no es ninguna promesa. Es una cuestión de tiempo que llegue al Madrid y se consolide, y después que llegue a la selección.