Que si tuvo esa pizca de fortuna para que por unos milímetros de la bota de Villalba el VAR interviniera y anulara un precioso gol de Robertone, el 1-2 del Almería. Que si el equipo estuvo durante bastantes minutos desequilibrado por la izquierda con las llegadas de Balliu, que lo estuvo, y tardó en corregirlo. Que si volvió a entregar la posesión al rival y se cobijó en esa madriguera que ha construido para salvar al Real Zaragoza del problema más importante hasta que alcanza la memoria. Que si dejó nuevamente sentado a Iván Azón, aunque cada vez que lo mete en el campo, igual tarde, igual en el momento justo de acuerdo a lo que ha sucedido en los últimos partidos, el delantero le entrega la razón. Que si el juego carece de brillantez, que si faltan pases. Que si, que si... Que sí.

Acostumbra a admitirse como máxima en el mundo del fútbol que un entrenador ha de adaptarse a las condiciones de sus jugadores. Rara vez se acepta bien lo contrario. Juan Ignacio Martínez ha construido un Real Zaragoza a su medida y ha ajustado la plantilla a su plan, en el que tiene un convencimiento absoluto. Una propuesta conservadora, basada en el orden colectivo, en la seriedad defensiva, en estar juntitos, en reducir los espacios, en no encajar y en cazar el máximo número de goles con el mínimo de ocasiones. En ser efectivos, no efectistas. En saber qué hay que hacer.

Lo está consiguiendo de una manera inesperadamente extraordinaria, con unos resultados magníficos que han catapultado al Real Zaragoza desde la penúltima plaza, donde se lo encontró hecho un trapo a cuatro puntos de la salvación, hasta el puesto 14º, hoy seis por encima de la línea del miedo. El plan de JIM funciona. Es un éxito rotundo. Los resultados le dan la razón.