Definitivamente, Joan Mir (Palma de Mallorca, 1 de septiembre de 1997), de 20 años, ha ganado por méritos propios, porque es buenísimo pero, también, porque tiene el móvil de Dios. Así lo reconoció al contar que «cuando empezó a chispear, pedí a Dios que dejase de llover: ‘aún no, aún no’. Y me hizo caso. Luego, cuando pasé líder tras la vuelta 15, a partir de la cual, si la suspendían, era ya campeón, le pedí, entonces que cayese la del pulpo. También me hizo caso. Todo fue perfecto».

Todo el mundo en el paddock del Mundial quisiera que Mir fuese su hijo, el hermano ideal, el novio perfecto para su hija y el amigo que todos soñamos. Hables con la familia, hables con el equipo, hables con su entorno, hables con cualquiera de los 2.000 habitantes del paddock, la respuesta es siempre la misma: un muchacho sencillo, extraordinario, tremendamente educado, atento y que, si sigue así, marcará historia en el motociclismo.

Mir, además, no nació para esto. Joan no es uno de esos niños que a los tres años le pide a los Reyes Magos una moto eléctrica «o una idéntica a la de Dani Pedrosa, que haga brummmm brummmm». Ni hablar, Mir corría con todo y se divertía con todo, pero descubrió las motos, las carreras y su profesión cumplidos los 10 años. Ni uno solo de los 90 pilotos que hay en el Mundial, sumadas las tres categorías, empezó tan tarde a correr. Cuando Mir debutaba en un campeonato o copa de promoción, los 25 pilotitos que le rodeaban llevaban ya dos, tres y hasta cuatro años corriendo.

«En los dos últimos años ha cambiado una barbaridad. Joan era un niño inmaduro, algo infantil», cuenta Joan, su padre. Pero si alguien puede fardar de haber convertido a Mir en un piloto campeón, ése es el ingeniero italiano Christian Lundberg, uno de los jefes de Leopard Racing. «Joan es valiente, tiene mucho talento. En esta categoría donde todo el mundo muerde, no es nada fácil ganar». Lundberg reconoce que, el pasado año, Mir era un desastre. «Iba absolutamente a su bola. No nos hacía ni caso. Y, claro, no le salían las cosas. Empezó a escucharnos, empezó a creernos y empezó a ganar. Y ahí, cómo no, cambió todo. Se convirtió en una esponja y ya es campeón».