Hace un año estaba en boga poner a caldo la confección de la plantilla que por aquel entonces tenía el Real Zaragoza, su incontable retahíla de tachas e imperfecciones, a pesar de que aquel equipo contaba con Ortuño, que sorprendentemente fue declarado inservible, y con Ángel. Entre ambos han hecho 23 goles en la actual primera vuelta. Es lo que da la perspectiva. Un año después nada ha cambiado, solo que el hambre por poner en solfa la construcción de la plantilla ha perdido cierto interés por una mera cuestión de intereses. Pero el equipo, entendido como un todo, desde la primera ficha hasta la última, hace aguas por los cuatro costados. La consecuencia más visible de ello queda reflejada en la clasificación: el Zaragoza está a cuatro puntos del playoff y a doce del ascenso directo.

Al paso por la última jornada de la primera vuelta ya se puede dar por hecho que el proyecto de Juliá solo da para presentar un once verdaderamente competitivo cuando no hay lesionados ni sancionados y cuando todos los jugadores titulares son capaces de rendir en sus máximos al mismo tiempo y no de forma dispersa, especialmente las piezas más destacadas. Lanzarote vino, venció y hace casi cuatro meses que se fue, Cani ha estado irregular y sin duende, Ángel constante pero racheado, Dongou lesionado e intrascendente y Muñoz, perdido por deméritos propios.

Todo, o casi todo lo que hay detrás del once inicial, en el que la elección de primer portero fue otra broma de mal gusto, apenas tiene un pase. Un conglomerado de futbolistas de bajo fuste que hicieron perder el sentido común a Milla y que llevan camino de desquiciar también a Agné, que ya hace y dice cosas raras. Una plantilla menos zarandeada, pero con un millón de taras.