Si juega mañana en La Romareda sumará su partido número 23 en la Liga y como estipula su contrato renovará automáticamente un año más con la Real Sociedad. Un premio que medita rechazar. Karpin no sabe si seguir o dejarlo ya. Sus compañeros y su estado físico le empujan hacia una batalla más, pero su cabeza le aconseja el retiro. "Las piernas me dicen que siga, pero la cabeza será la que decida", dice el ruso.

Recién cumplidos los 35 (2-2-1969), Karpin disfruta del fútbol como un crío con botas nuevas. Es el único jugador de la Real que no se ha perdido una jornada de Liga y el que más minutos ha jugado (1857). Ha entrado en el 2004 arrasando, devorando el césped del carril del 8 . La Real, moribunda en un inicio decepcionante, le debe a este ímpetu juvenil su resurrección. Con cuatro goles en los últimos cinco partidos, el rubio de Tallin ha devuelto la vida a un equipo que deambulaba sobre la cuerda floja del descenso unos meses después de celebrar el subcampeonato de Liga.

Todo cambió en Málaga

La contagiosa reacción del ruso que tuvo su punto de infección en Málaga. La Real de Denoueix llegó a La Rosaleda tras nueve jornadas sin conocer la victoria y anclada en aguas de descenso. Marcó Litos y los donostiarras se echaron las manos a la cabeza. Todos menos Karpin. Antes del descanso, se desmarcó con habilidad, recibió un pase de Nihat y anotó el empate. La Real terminó venciendo 1-2, salió del descenso y desde ese día ya no ha parado de ganar.

No finalizó ahí la cosa. El chispazo originó una explosión de cuidado. Karpin se cargó solito a los galácticos de un cañonazo (1-0) y siete días después, él, cómo no, abrió la cuenta del 3-1 frente al Espanyol. En la última fecha del campeonato, ante el Racing, Karpin repitió la hazaña y volvió a materializar el tanto del triunfo (1-0). En esta productividad como matador sólo hubo una excepción. Como si fuera una señal de respeto, Karpin sufrió una amnesia goleadora en Vigo, donde volverá al colgar las botas, y no participó en la manita de la Real ante el Celta (2-5).

Este descaro futbolístico no ha sorprendido a nadie. Viene adjunto al apellido Karpin. El estonio juega como piensa. Es un ruso raro, caliente, valiente, sin pelos en la lengua y con un español de acento de Carabanchel bajo. Ha pasado un mundo desde que Uranga, expresidente de la Real, retuvo su nombre en el Mundial yankee del 94. Lo pescó del Spartak y se lo llevó a la Liga de las estrellas. Dos temporadas de eclosión con Toshack le llevaron al Valencia a cambio de la entonces mareante cifra de 1.000 millones de pesetas. Llegó a Mestalla como estrella para suplir a Mijatovic, raptado por el Madrid, y salió estrellado.

El rólex

En el Celta de Víctor curó esta decepción y habituó su juego a la banda derecha. Seis temporadas en Balaídos, con una triple participación en la UEFA y su endiablada asociación con Mostovoi le elevaron a la condición de clásico en la Liga. Hace dos veranos renunció a seguir en Galicia y, una vez que el Atlético descartara su fichaje, retornó a la Real para protagonizar el subcampeonato. Sus ocho goles le sirvieron además para ganarse un rólex de oro que le había prometido José Luis Astizaran, presidente del club, si marcaba esa cifra. Este año sus goles valen más que eso: la permanencia.