—¿Cómo se vive sin fútbol?

-Pues más ocupado que antes. Figúrese con tres niños. Contento y, si le digo la verdad, más liberado mentalmente. La vida son etapas y ha acabado una y ha empezado otra basada en disfrutar de la familia y en la que trato de viajar lo que se pueda y de hacer cosas distintas a las que hacía cuando jugaba. Mi momento acabó y estoy muy orgulloso de lo que he conseguido.

-¿No lo echa de menos?

-A días. Acabé tan saturado mentalmente que necesitaba un periodo de desconexión. Reiniciar. Y en esto estoy. Eso sí, siempre que puedo voy con mi hijo mayor a La Romareda y, si no, veo al Zaragoza por la televisión. Lo sigo, pero no lo echo tanto en falta como pensaba, al menos, por ahora. Pero quizá en dos años me estoy tirando de los pelos. Ya sabe que la cabra siempre tira al monte.

-¿Abandona el fútbol o el fútbol le abandona a usted?

-Lo dejo yo. Tenía posibilidades de seguir, pero no habría sido honesto porque no estaba al cien por cien. Prefería echarme a un lado, no arrastrarme y dejarlo.

-¿Con espinas clavadas?

-Prefiero centrarme en lo conseguido. Siempre he jugado en Primera y nunca he descendido, aunque he estado muchas veces al borde. Quizá sí me quedó un sueño por cumplir: vestir la camiseta de la selección española. Ser internacional. Estuve muy cerca, pero no me gusta centrarme en eso sino en lo orgulloso que estoy de haber jugado más de 300 partidos en Primera División, haber marcado goles importantes y haber defendido a mi equipo durante cinco años, además de ser capitán. Eso era impensable cuando era pequeño.

-¿Qué ve cuando mira atrás?

-Veo a un chaval que cumplió su sueño y que se ha ido formando consiguiendo lo que se propuso. Aquí pasé dos etapas muy diferenciadas. En la primera era un chico joven en un equipo con gente de mucho nivel como Aimar o los Milito. Yo tenía 20 años. Un pipiolo. Fue una buena decisión salir y volver como un jugador hecho. La segunda etapa estuvo compuesta por tres años complicados institucionalmente y eso no ayuda en la parte deportiva. Pero el objetivo era salvarnos y para mí fue conseguir un título. Parecía imposible después de, por ejemplo, llevar 15 puntos y tener que sumar otros 30, pero lo hicimos y disfruté mucho.

-¿Eso curte más que duele o viceversa?

-Hubo un año especialmente difícil. Era muy duro perder y perder y siempre salíamos los mismos a dar la cara. Entre ellos, yo como capitán. Me ponía en el lugar de la gente y pensaba qué iba a decirles. Recuerdo una entrevista que me hicieron al término del partido que perdimos 5-1 en Málaga con Manolo Jiménez como entrenador. Él acababa de decir en rueda de prensa que sentía vergüenza, me preguntaron sobre eso y no sabía qué decir. Al ser de aquí, yo me autoimponía esa responsabilidad porque soy así. Había semanas que no salía de casa y lo pagaba con mi mujer y con los que más quiero porque estaba cabreado conmigo mismo. A raíz de ese partido empezamos a ganar. Al año siguiente de marcharme, el Zaragoza bajó.

-Y ya no levantó cabeza. De buena se libró.

-Se veía venir. Cuando juegas con fuego al final te quemas y nosotros estuvimos muchos años haciéndolo. Le aseguro que me fastidió y me dolió como al que más.

-¿Qué se hizo tan mal para acabar así?

-Cada año venían 15 jugadores nuevos, más de la mitad cedidos que se van a ir al año siguiente y eso lo hace todo mucho más complicado. Creo que fue una de las claves, aunque es verdad que también en alguna ocasión propició un cambio de dinámica, como el año que vinieron Colunga o Suazo, entre otros. Pero hay otra razón poderosa. Institucional.

-Explíquese.

-Cuando una empresa no está estable eso te crea incertidumbre. El futbolista llega hasta donde llega y el domingo va a intentar ganar, pero lo que hay después de eso está fuera de nuestro control. Y aunque te intentes abstraer, eso se palpa. Es imposible aislarte. Te llega siempre.

-¿Llegó a sentir vergüenza?

-Impotencia. Creía que tampoco era tan difícil hacer las cosas bien y aplicar un poco de lógica. No entendía muchas cosas y por qué no se aplicaba el sentido común. Pero no podía hacer más.

-¿Tampoco en Málaga?

-Ahí sí. Jiménez era un tío muy preparado y listo. Un gran entrenador, pero tenía ese pronto. Puede que fuera un calentón o que lo hiciera como punto de inflexión. Pero sí, también sentí vergüenza.

-¿Cuánto daño le hizo Agapito?

-Daño no. No le responsabilizo a él de lo que pasó porque quiero pensar que entró al club con la mejor intención de ayudar al Zaragoza. Teníamos diferentes puntos de vista. Simplemente, no pude disfrutar del fútbol en mi tierra.

-Mucha gente le recrimina que dijo que pondría los puntos sobre las íes cuando se fuera, pero que no lo hizo. ¿Por qué?

-Acabé la temporada, nos salvamos y, después de todo lo que se había vivido, era momento de disfrutar y no echar más porquería de la que ya había. Pero también yo entonces estaba en una situación delicada y tenía mucho que perder. Por eso decidí dejarlo todo como estaba.

-¿Y ahora?

-¿Para qué? Ya pasó y ya no está. Simplemente, Agapito y yo teníamos diferentes puntos de vista. Ya dije alguna cosa en su día. Intenté renovar pero cuando la oferta que te hacen está por los suelos para que diga que no y venden que no quieres renovar, ya es un motivo para decir que así no se hacen las cosas. Ese día, además, estaba muy caliente. Quizá me equivoqué porque no era el momento. Luego lo pensé fríamente y, después de habernos salvado tras comer porquería todo el año, no valía la pena.

-Una situación con culpables….

-No fue una persona ni dos. Fue la inestabilidad del club, que la plantilla no funcionaba… un cúmulo de circunstancias. Yo tampoco di el nivel o este fue mayor en otros equipos porque la dinámica de un club marca el nivel de sus jugadores.

-¿Qué quedaba cuando se fue de aquel chaval que debutó en el Calderón?

-Tuve la sensación de que una tercera etapa era muy difícil. Ya tenía 26 años y había firmado cuatro años con el Getafe. Me habría encantado acabar mi carrera aquí y jugar un año en el Zaragoza. Tuve la oportunidad, pero no estaba al cien por cien y no quería ni arrastrarme ni engañar a nadie. El Real Zaragoza me dio la posibilidad pero ni siquiera nos llegamos a reunir porque les dije que no estaba para jugar ni aquí ni en ningún sitio. Físicamente no estaba bien y mentalmente acabé muy quemado. Además, habría tardado tres meses en ponerme bien para jugar. ¿Qué podía aportar yo? No quería que fuera solo en el vestuario, así que decidí que hasta ahí habíamos llegado y, si puedo ayudar al Zaragoza de alguna forma, yo feliz. Me llamaron para pedirme ayuda en el fichaje de Álvaro Vázquez y lo hice encantado.

-¿Cómo recuerda su debut?

-Fue el momento grande de mi carrera. Llevaba ocho años vistiendo la camiseta del Zaragoza y por fin debutaba, con 20 años. Todo el trabajo acumulado entonces y también el anterior tenían su recompensa. Una maravillosa recompensa. Mi nombre salía en la pizarra. Había llegado el momento. Intentas disfrutar, pero eres muy joven, asumes una gran responsabilidad y, además, en el Calderón… Pero, ¿sabe? Una vez que debutas y acaba el partido, quieres que llegue el siguiente y seguir cumpliendo objetivos. Siempre quieres más y nunca es suficiente. Es una de las cosas buenas de ser futbolista. Si te acomodas, eso es malo para ti y también para el club. Cada domingo es una prueba de fuego y siempre te juzgan por lo que haces y no por lo que has hecho.

-En el Bernabéu la armó gorda.

-Ser futbolista te da el gran privilegio de hacer feliz a mucha gente y ese día lo logré. Estoy muy orgulloso de ello porque eso no se paga con dinero.

-Hábleme de su despedida.

-Era ante el Getafe en Madrid. Ya estaba decidido que me iba. Mi relación no era buena y había sido mucho tiempo intentando llegar a un acuerdo, pero, cuando una de las dos partes no quiere, es difícil. Me costó mucho tomar la decisión, pero no me quedó otra. Sabía que era mi último partido, ganamos y recibí un cariño espectacular de los que se desplazaron cuando Jiménez me cambió en el último minuto. Fue muy bonito y una sensación de emoción porque quizá era la última vez que vestía esa camiseta.

-¿Sintió alivio?

-Logramos la salvación, pero lo pasé mal. Fueron años complicados. ¿Alivio? Por un lado sí, porque te quitas una carga de encima brutal de tres años seguidos. Me cargaba de una gran responsabilidad y tenía problemas con el mandatario, con el que teníamos diferentes puntos de vista. Me tocaba disfrutar del fútbol y por eso me fui a Getafe, donde lo pude hacer más porque no tenía esa responsabilidad que sí tenía en Zaragoza.

-O sea, que en Zaragoza no fue plenamente feliz.

-Es lógico. Otra cosa habría sido en una época distinta. La de la Recopa, por ejemplo. Estás en casa, ganas y disfrutas, pero aquella situación fue muy difícil. Siempre con el agua al cuello. No es que lo sientas más que los demás, pero tienes un plus más de responsabilidad que el resto por ser de casa.

-¿Por qué no se bajó antes?

-Por los jugadores, Y por los entrenadores, algunos más que otros. Muchas veces nos juntamos entre nosotros para dejar claro que eso no podía seguir así pero llega un momento en que ya no creía en esas charlas. No servían de nada. Me acuerdo mucho de Javier Aguirre, de los pocos técnicos que se echaban la porquería encima para quitarnos presión a nosotros. A veces el jugador lo necesita. En otras ocasiones nos teníamos que echar nosotros la responsabilidad encima para que no cayera sobre los más jóvenes.

-¿Cuál es su peor recuerdo?

-El descenso a Segunda, aunque yo ya no estaba. Y la final de Copa perdida con el Espanyol. Teníamos tanta ilusión después de eliminar a los grandes... pero el Espanyol planteó bien el partido y se adelantó pronto. A ida y vuelta hubiera sido distinto. Estaba seguro de que habría más oportunidades, pero no.

-¿Que significó Víctor Muñoz para usted?

-Me dio la oportunidad de debutar. Alguien tiene que creer y confiar en ti y él lo hizo. No sé si es el mejor que ha pasado por el Zaragoza, pero es el que más jugadores ha llevado a Primera. Entiende mucho de fútbol y al Zaragoza le haría mucho bien tenerlo.

-No parece factible, tal y como salió...

-Por el bien del Zaragoza, yo la traería con los ojos cerrados. Por su experiencia, su personalidad y lo que sabe de esto. Me da igual de qué, pero debería estar en el club porque ayudaría más que perjudicaría. Es de aquí y es una eminencia.

-¿Le duele el Zaragoza?

-Evidentemente. A nadie le gusta verlo en Segunda, pero ha estado cerca de subir y eso me da esperanza. Aún estamos a tiempo de todo. Para mí, el Zaragoza es un sentimiento, una manera de vivir. Es parte de mi vida. Es amor. Puro.