Como debe de ser, más todavía con la frustración que había provocado el pasado reciente, la victoria del Real Zaragoza en Elche ha generado una sensible catarsis, una metamorfosis importante en el estado de ánimo del equipo y del zaragocismo que vive y sufre a su alrededor. Fue solo un partido, y por lo tanto de obligada prudencia en el juicio, pero en él se divisaron algunos motivos para la esperanza: la holgura del resultado, el fútbol de la primera parte, la buena actitud de los jugadores, las nuevas intenciones con la pelota, la valentía de Láinez en la alineación y en la respuesta táctica en su opera prima, o la recuperación de hombres extraviados. Y el cero en la portería de Ratón.

¿El cero también? El Zaragoza regresó de Elche con razones para pensar que de perseverar en la idea y ejecutarla de una manera igual de eficiente, puede producirse un cambio de dinámica de cara al final de la Liga, concepto de enorme peso en el deporte. Pero con vistas al encuentro del domingo y posteriores, Láinez deberá tener en cuenta que si el equipo concede lo que concedió en el Martínez Valero, difícilmente saldrá airoso de los partidos. El Zaragoza no encajó gol. Ese es el dato. Pero rebozarse en él sería un error. Porque el equipo ha de trabajar su resistencia física y su estructura defensiva: estuvo mal en esa faceta en la segunda parte y pudo recibir varios goles.