Estuvo a menos de dos minutos de que el carpetazo a la Liga fuera más digno de lo que será, si es que eso era posible, pero finalmente esta temporada calamitosa tendrá todavía un punto extra de agonía gracias a otro espinillazo, otro mal despeje, esta vez de Feltscher, con el equipo acongojado bajo su portería en los últimos instantes. Habrá que esperar al menos otra semana para convertir la permanencia virtual en matemática, en cualquier caso un premio mezquino, miserable y menor. El año ha sido un completo desastre y abocará al Real Zaragoza a su quinta campaña consecutiva en Segunda. El rebote que la gente ha ido rumiando durante nueve meses aciagos quedó expresado al final del encuentro con menos timidez que otras veces, con sonoridad.

Ahora el curso natural de los acontecimientos llevará a culminar la salvación por acción o por omisión y, obligatoriamente después, a pensar ya en la próxima temporada, primero con el nivel de indignación por las nubes y luego, poco a poco, con el ilusiometro recargándose para creer, por creerlo o con razones fundadas por cómo quede la plantilla, que el próximo puede ser el año. Así es el fútbol, regenerador continuo de esperanzas, incluso con este Zaragoza contemporáneo y triste como ninguno.

Lalo Arantegui está siendo el encargado de edificar el próximo proyecto, pieza clave como ninguna, como lo fue Narcís Juliá en el sentido negativo el pasado verano. El director deportivo tiene mucho trabajo adelantado: un buen puñado de fichajes cerrado. También el entrenador, con quien alcanzó un acuerdo antes de que César Láinez hiciera acto de aparición, en plena etapa de Raúl Agné. Natxo González es el hombre en el que Arantegui tiene una fe ciega, el técnico sobre el que está pivotando toda su planificación y en manos de quien pondrá el futuro. Su alter ego. Bien raro sería lo contrario, pero en la SAD su figura concita parabienes. Su bagaje reciente es un ascenso a Segunda con el Reus, una salvación meritoria este año, un equipo muy bien estructurado, el menos goleado de la categoría, con mano a la vista de entrenador y que cuando avanza, lo hace con el balón por el piso. Está por ver qué hará en Zaragoza, donde los toros embisten como miuras y no como becerros. A sus predecesores les ha ido como les ha ido. El Zaragoza lo jugará todo a su carta.