Hacer un retrato de lo que le ha sucedido al Real Zaragoza desde que comenzó esta borrascosa temporada hasta el intranquilo momento actual es una tarea simple. Hubo un primer factor concluyente. La confección de la plantilla por parte de Lalo Arantegui resultó terrorífica, especialmente en el frente del ataque, donde fue capaz de juntar de una tacada al Toro Fernández, a Vuckic, de convencer a Baraja de que Papu era todavía una joven promesa y no casi un exfutbolista de sospechosa falta de profesionalidad, de colar a Zanimacchia como un ‘proiettile’, de volver sobre los huesos de Larrazabal tras un primer intento fallido o de sobrevalorar a Bermejo, el clásico mediapunta liviano con el pie izquierdo muy fino, con algo de elixir en su bota, pero todavía lleno de inconsistencias. Solo Narváez les ha sacado la cara a sus exjefes este año.

Ahí se originó el germen de un problema terrible que todavía hoy se arrastra, pero que tuvo otros tres episodios determinantes más. Primero, la etapa de Baraja en el banquillo, saldada con 10 puntos de 30 y, segundo, la de Iván Martínez, con un espeluznante 3 de 24, cierto es que con el calendario más traidor. En esos primeros meses fue donde el Real Zaragoza cavó el foso de esta temporada. Fue tan profundo, de tal hondura, que poner tierra suficiente de por medio para evitar una recta final de Liga tenebrosa iba a resultar una misión casi imposible para quien recogiera semejante herencia. Así ha sido. Aquellos cuatro puntos por debajo de la línea del descenso todavía hoy pesan.

Hubo un tercer episodio. La mala praxis de Miguel Torrecilla, sucesor de Arantegui, en enero. El nuevo director deportivo fue tremendamente benévolo en el juicio de la plantilla y al principal problema deportivo, la falta de gol, de nivel y calidad en la delantera, le puso la siguiente solución: Álex Alegría. Lógicamente, con abril ya empezado, su decisión le deja en el mismo lugar que a su predecesor.

Ese fue el panorama macabro que se encontró Juan Ignacio Martínez, que al principio contribuyó a la ceremonia de la confusión con sus palabras sobre el Toro para acabar sucumbiendo a la evidencia. Aun con todo, aunque parezca otra cosa por su manera errónea de afrontar los dos últimos partidos, si a día de hoy el Zaragoza tiene opciones de salvación es gracias a JIM, que ha sumado más del 52% de los puntos, un ritmo prácticamente calcado al del Rayo, sexto clasificado.

El entrenador alicantino ha convertido en posible la misión de la permanencia. Sin embargo, en las últimas jornadas ha cometido un pecado: ha sido excesivamente conservador en un tramo del calendario que requería más valentía ante la extrema dificultad de los próximos rivales. Para resucitar al Zaragoza, JIM tomó como base una premisa irrenunciable: vistas las carencias ofensivas, apuntalar el equipo desde atrás, no recibir goles, algo que está consiguiendo de manera brillante en La Romareda (un tanto encajado en casa en siete partidos y fue en propia meta) y apostar en ataque a la lotería de la máxima eficacia con el mínimo número de ocasiones, a la de Bermejo en Logroño, a la de Bermejo contra el Cartagena.

En esa propuesta ha ahondado, sobre todo, en las últimas semanas, donde el plan ha pasado de conservador a ultraconservador, lejos de sus primeras intenciones, cuando el equipo tuvo momentos de un mayor desparpajo y equilibrio ofensivo. De punto en punto al Real Zaragoza no le bastará. El equipo ha de mantener su solidez atrás, marchamo de autor de JIM, pero revisar su excesiva temeridad. La salvación estará en no encajar, pero también en ser algo más osado, soltar a veces amarras, producir más juego, más ocasiones y hacer más goles.