Cuando ayer Andreas Klöden, segundo clasificado del Tour, subió al podio de los Campos Elíseos, se quitó la gorra y se inclinó ante Lance Armstrong, hizo algo más que un gesto, el del mejor corredor clasificado a la sombra del tejano. Fue el testimonio de un pelotón, de un ciclismo mundial, que no puede hacer otra cosa que rendir pleitesía a una de las más grandes figuras en la historia de este deporte. No deben caerse los anillos de los dedos. Lance Armstrong es mejor que Miguel Induráin y también, al menos en el Tour, que Eddy Merckx, Bernard Hinault y Jacques Anquetil. El sí que ha podido con el reto de adjudicarse un sexto Tour y si lo desea está preparado para regresar el próximo año a Francia y ganar el séptimo. Esta victoria no ha sido más que un anuncio del triunfo en el 2005. Si quiere volver, ya está listo para triunfar dentro de 12 meses.

La victoria de este año, además, ha sido la más fácil de las seis conseguidas por Armstrong. El mismo lo reconoció el sábado, en la conferencia de prensa que ofreció tras ganar la contrarreloj final, su quinto triunfo individual. "Nunca había disfrutado tanto en el Tour". Hasta se lo ha pasado bien. Por eso, ahora, su retorno, a pesar de los rumores, del cansancio acumulado, parece un hecho factible. El no está cansado de ganar. Más bien el resto de verle tantas veces siendo el mejor. Y esos son los que no se atreven a atacarle, los que le tienen pánico, los que corren acongojados a su rueda. Esos no le ganarán nunca. El Tour no está hecho para los cobardes.

TRAZADO TRAMPOSO Quisieron ponerle este año un recorrido que, inicialmente, no se ajustaba a su forma de correr. Pero, ¿es qué tiene alguna forma especial de correr que no sea analizar y afrontar la carrera táctica y mentalmente de la forma más favorable? Con el nuevo formato, mucho llano al inicio, excesivo para el espectador, menos contrarreloj llana individual y la principal montaña acumulada al final, no se ha tumbado a Armstrong. Hasta redujeron las diferencias matemáticas en la crono por equipos. El cambio sólo ha supuesto que el tejano haya ganado con un minuto menos de diferencia sobre el resto de mortales.

Pero es que, además, en este sexto Tour, como en el quinto, el cuarto, el tercero, el segundo y el primero, ha corrido protegido por una estrella angelical, quizá la de su estimado estado de Texas. Pusieron adoquines en la tercera etapa. ¿Y quién se cae? Pues el rival que Armstrong más temía en la montaña: Iban Mayo. Eliminado, pese a los cálculos, las ilusiones y todo lo demás. Nunca fue el mismo y acabó con la cabeza como un bombo, hundido, y para casa. ¿Quién era el ciclista que más le conocía y sabía de sus vicios y manías sobre la bicicleta? Pues Tyler Hamilton, su amigo y antiguo gregario, maravilloso escalador, preparado para la victoria. ¿Y qué le pasa? Que se le muere el perro, entra en depresión y también se va para casa. Lo dijo un día Miguel Induráin: "Para ganar el Tour también hay que tener mucha suerte". Y Armstrong la tiene. Sin duda. Y un buen equipo. El mejor, capaz de erradicar cualquier escapada. "Al ritmo que nos ha llevado el US Postal era imposible que ninguno pudiera atacar desde lejos", justifica Eusebio Unzué, director de Paco Mancebo y del Illes Balears. Pero es que, además, nadie se ha atrevido, excepto Jan Ullrich.

LA FURIA DE ULLRICH ¿Alguien recuerda un ataque serio, letal, con cara y ojos contra Armstrong en este Tour? Es imposible. Nadie lo ha hecho. Sólo Ullrich lo ha intentado, aunque, de hecho, la ofensiva del alemán estuvo más enfocada a desplazar a Ivan Basso del podio que ha noquear a Armstrong. Ullrich, bravo, combativo, el más valiente, sabe que nunca podrá con el tejano. Lleva seis años intentándolo. Y a los 30, ya no le quedan casi oportunidades.

Hasta la edad parece que no sea un estorbo para Armstrong, que ayer celebró a lo grande el triunfo con todo su equipo y otros invitados en el hotel Crillon, uno de los más lujosos de París. En septiembre cumplirá 33 años. Otros pensarían en dejarlo. El no puede. Se ha comprometido con un nuevo patrocinador para el 2005, la cadena televisiva Discovery Chanel. Se trata de una inversión multimillonaria, en la que no cabe otro objetivo que volver a combatir por el Tour, por mucho que el Giro insista o hasta la Vuelta levante la mano. "Para ganar el Tour hay que trabajar duro hasta el día de Navidad. Y yo lo hago, aunque a veces caiga más simpático el que acaba segundo". Este año le han abucheado mucho, porque el público quería otra cara de amarillo.

Pero Armstrong parece y es eterno, algo así como un personaje de Hollywood, al que ayer rindió homenaje Will Smith, sobre el podio de París. En Estados Unidos eres un héroe si triunfas. Y ayer él era un ídolo en unos Campos Elíseos con colorido yanqui, como no se había visto en sus cinco victorias anteriores. Aún no es una estrella en América, porque allí el ciclismo es minoritario. Pero, poco a poco, su nombre empieza a sonar. En el Tour lo hace en lo que ya parece que es una eternidad. Armstrong, por ahora, no tiene fecha de caducidad. El séptimo, como un ataque de caballería, está a la vista. Que nadie tenga dudas.