Si hubiese que poner un titular vinculado a la información judicial bien se podría escribir el de libertad sin cargos para Alejandro Valverde. ¿Los cargos? Pues los cargos son tener que sacrificarse para los demás, que es a lo que vino inicialmente, y no a disfrutar y a tratar de engrandecer un poco más su palmarés y a levantar al menos un día los brazos para mayor gloria del jersey arcoíris de campeón de mundo que pasea por Francia.

Sin comerlo ni beberlo, aunque hay que apuntar la desgracia de Landa cuando fue arrollado camino de Albi, el lunes pasado, Valverde se ha situado en la novena plaza de la general como el mejor corredor del Movistar y aún podría estar más arriba de no haber trabajado durante la subida a la Planche des Belles Filles.

Si Valverde nunca falla, Nairo Quintana, en cambio y una vez más, volvió a dejar claro lo que ya se vio la temporada pasada. Los grandes días del pequeño escalador colombiano ya han pasado y cuando llega al Tour parece que la cabeza no acaba de centrarse y a las primeras de cambio se viene abajo y, encima, sin avisar. Los corredores llevan pinganillos donde no solo escuchan las órdenes de los directores que les llegan desde los coches que circulan a su estela, sino que hablan entre ellos y se cuentan las cosas.

La táctica

Resultó sorprendente la imagen a mitad de ascensión del Tourmalet. Soler tiraba del grupo, con Valverde y Landa a rueda y tras ellos todas las figuras y algunos gregarios que todavía resistían. Y, por detrás, Quintana se descolgaba, para perder contacto y para que poco después se ordenase a Soler a bajar en auxilio del ciclista colombiano.

A Valverde no se le puede condenar a trabajar de gregario. No es no, como se diría en ambientes políticos. Valverde no puede tener ningún cargo en lo que queda de Tour, desde hoy mismo en otra etapa pirenaica muy complicada y con final en alto donde puede pasar cualquier cosa de nuevo. Valverde debe ser un un ciclista libre que circule a su antojo por el Tour.