Por lo que sea, cuando coge la maleta y sale de viaje le llaman el desaparecido a este Zaragoza tan proclive a la depresión deportiva, tan tímido que causa en igual medida tristeza y desilusión. Toda la grandeza en su condición de local la lapida como visitante. Anoche sumó un fracaso más a domicilio, menos hiriente que en otras ocasiones pero con el mismo ánimo de ánima desamparada, sin recursos para sobreponerse a la extrañeza de jugar en la distancia. El Austria Viena, un rival de media temperatura competitiva, sacó provecho de estas ausencias habituales del conjunto de Víctor Muñoz, que se va sin avisar. No fueron superiores los centroeuropeos, simplemente se dejaron llevar por la corriente que antes empujó a otros hacia la victoria y que ahoga a un conjunto aragonés que nada sin salvavidas.

De los siete encuentros que ha disputado el Zaragoza entre Liga, Copa y UEFA, sólo ha logrado ganar uno como visitante, y ha marcado cinco goles, tres de ellos en Olomouc para superar a un Sigma que estuvo a punto de tumbarlo en Europa a las primeras de cambio. Por orden cronológico empató en Málaga (0-0), cayó con estrépito en Barcelona (4-1), se tomó un respiro en la agonía de la República Checa (2-3), no fue nadie en Villarreal (2-0), se descompuso en Santander (1-0), hizo el ridículo en la Copa contra el Nástic (2-1) y, ayer, le dio una gran alegría y tres puntos a los austriacos (1-0).

Mal balance

El balance es terrible, y se edulcora en parte por la mirada a la clasificación de la Liga, en donde está dentro del paquete de los cuatro primeros porque su conducta en La Romareda es intachable. El problema es que no encuentra el equilibrio adecuado para trasladar algo de su poderío casero a otros escenarios hostiles. Sus dos próximos compromisos son en el Calderón, este domingo, contra el Atlético de Madrid, y la próxima semana, en Mestalla, ante el Valencia. Dos salidas consecutivas para un equipo que sufre como nadie cuando comprueba que no está en su terreno, cuando se ve desaparecido.