—¿Cómo se gesta su llegada al Real Zaragoza?

—Tuve un contacto con Lalo Arantegui en marzo y él me transmitió el interés, me preguntó por mis intenciones, si iba a salir del Reus. Lo conocía personalmente de cuando habíamos jugado contra el Huesca y nos emplazamos a más adelante porque estábamos los dos metidos en nuestros objetivos. Tenía la propuesta de renovación en Reus, era mi prioridad primero si decidir o no seguir. Si no seguía, la oferta más importante era esta, eso era evidente.

—Usted es una apuesta personal y clara del director deportivo.

—Sí, él siempre me ha mostrado su convencimiento y su confianza y eso a mí me hace estar muy seguro. Su apuesta por mí sé que es fuerte desde el principio.

—Llevaba tres años en el Reus, que le ofrecía dos temporadas más de contrato. ¿Qué le llevó a decidir cambiar de aires?

—Cuando inicié el proyecto del Reus ni siquiera estaba entre los mejores en Segunda B, pero era ambicioso. Fui cumpliendo objetivos y llega el momento en que valoras qué es lo que más te estimula a nivel personal. Me venía bien buscar otro reto, otro estímulo. De ahí la decisión.

—El escaparate del Zaragoza es mucho mayor.

—Es indudable. Aquí el altavoz para todo es más alto. Llevo muchos años trabajando y picando piedra para llegar a un club de estas características, a un grande.

—Un grande que jugará en Segunda por quinto año seguido…

—Pero su grandeza y su historia siempre están ahí. A nivel personal uno se marca siempre subir escalones en la vida y el Zaragoza es uno de los equipos más importantes en España.

—Aquí también es mayor la exigencia. La necesidad de volver a Primera es tremenda.

—Pues bendita exigencia y bendita presión. A nivel personal son las mismas, porque yo me las pongo. Y, de cara al exterior, pues lo que haya, lo asumo. Para mí es un reto apasionante.

—Es un escenario recurrente para explicar el bajo rendimiento de muchos jugadores decir que esta camiseta pesa mucho más que cualquier otra de Segunda por esa presión. ¿Está de acuerdo?

—A ver... Ese mayor peso puede ser verdad, pero para mí es un honor poder estar aquí. Los jugadores que vienen tienen que saber soportar ese peso, pero eso es muy difícil medirlo antes. No hay un termómetro para eso. Venir aquí tiene que ser el estímulo y la ilusión de nuestra vida. Así lo afronto y así lo trataré de transmitir. Y jugar en La Romareda es una bendición, no puede ser nunca un trauma. Jugar con 20.000 aficionados todos días. ¡Por Dios, cómo va a ser un problema! Tenemos que conseguir que los que sientan el peso del escenario y del escudo sean los rivales.

—Desde que empezó en el Ariznabarra hace 30 años, no ha dirigido nunca en Primera.

—Llegaré ahí algún día, seguro.

—¿Lo hará con el Zaragoza?

—Ojalá. Es mi ilusión ahora.

—Se le ve sin ningún miedo a la inestabilidad de este banquillo.

—No me da miedo, de verdad que no. ¿Cómo me va a dar? No puedo pensar en el ay, ay, ay. Tampoco en si me dice alguno que no voy a llegar al Pilar aquí. Es que estoy feliz y uno de mis objetivos personales es entrenar en Primera aunque me cueste otros 30 años. Bueno, entonces sería ya muy mayor (sonríe)… Tengo que vivir con esa ilusión de llegar a Primera y voy a pelear a muerte por ello para que sea en el Zaragoza.

—Rozó subir a Segunda con el Sant Andreu, ascendió al Alavés y al Reus, al que mantuvo ahí con el presupuesto más bajo. ¿Todo eso tiene más mérito que lograr la Champions con el Madrid?

—Para mí, sí. Si estoy aquí es por todo ese bagaje. Toda conquista en el fútbol tiene mucho mérito, pero me encuentro muy feliz por ejemplo de lo logrado en el Reus porque hemos hecho algo muy grande que el tiempo reflejará.

—En su presentación repitió hasta la saciedad la palabra fiabilidad y viene a un Zaragoza que ha sido inconsistente, irregular y muy goleado en este curso.

—Para mí la fiabilidad es una referencia clave. Si consigues que un equipo sea fiable es muy posible que te acerques a los objetivos. La fiabilidad te lleva a la regularidad. Es lo que hay que buscar.

—Aseguran de usted que es un hombre de club.

—Y es verdad, lo soy. Mirando mi trayectoria llevo 30 años entrenando y todo se centra en Alavés, Reus, Sant Andreu... He tenido esa estabilidad porque siempre he sido capaz de dar respuesta a los retos que me planteaban. Eso me enorgullece. Al final son los resultados los que te permiten mantenerte y estoy orgulloso de esa continuidad en diferentes clubs. Ahora, espero tenerla aquí.

—Sus jugadores le definen como metódico, controlador de todo y serio. ¿Se ve así?

—Sí, es así. Si lo dicen ellos será verdad. Esa seriedad llega de la creencia en el trabajo como base absoluta. Ese trabajo tiene que ser bueno, pero es innegociable esa dedicación total a lo que haces. Y eso es aplicable al fútbol y a cualquier faceta de la vida.

—¿Marca mucho las distancias con los jugadores?

—Creo que no soy tan así, pero en verdad lo seré, porque siempre me lo dicen. Debe haber una distancia entre el entrenador y el jugador y hay que buscar el término medio. Una de mis virtudes es el autoconocimiento. Sé cuáles son mis puntos fuertes y los débiles y trato de que esa imagen de distancia no sea tan evidente. Quizá mi punto débil sea la frialdad con el jugador, pero me ha ido bien mi forma de trabajar, me dio resultados.

—¿Y su fama de tener un carácter fuerte, de tener mala uva, por decirlo claro?

—Puede ser que la tenga, sí. Si ese carácter fuerte, esa mala uva, es por ser exigente, disciplinado y comprometido, la tengo. Sin duda. Exijo mucho en el día a día. Esa exigencia es clave para progresar.

—¿Le molesta la etiqueta de entrenador defensivo?

—Me molesta porque creo que quien lo dice ha visto poco de mis equipos. No estoy en absoluto de acuerdo. Para nada soy defensivo, a mí me gusta disfrutar de mi equipo, que tenga el balón, que haga ocasiones, que la gente se divierta. Porque trabajamos para la afición, para que disfrute, eso es importante no olvidarlo.

—Entonces, ¿por qué cree que le viene esa etiqueta?

—Si se ven solo los números, en el Reus ves 29 goles en contra y 31 a favor. Entonces piensas que este tío se cuelga del larguero. Pero, si se miran los partidos, te das cuenta de que no es así. El mayor porcentaje del tiempo en los entrenamientos lo dedico al ataque, porque es lo más difícil. Eso sí, cuando como colectivo eres compacto y no recibes goles, un punto lo aseguras. Y si además eres eficaz arriba pues acabas ganando muchas veces. Es un objetivo doble.

—¿En una categoría tan igualada como la Segunda la única vía para subir es recibir pocos goles?

—No sé si es la única, pero es una vía que a mí me gusta, porque siempre quiero encajar poco. Si lo haces tienes muchas posibilidades de estar en esas posiciones cercanas al ascenso o en ellas.

—¿Cuáles son sus referentes como entrenador?

—Lo primero, no soy solo de un estilo de fútbol y pienso que el resto no me vale. Cuando empecé en la cantera del Alavés estaba Mané, que trabajaba bien los equipos defensivamente. Tengo muy buena relación personal con Guardiola, nos enfrentamos cuando llegué al Sant Andreu en Tercera y él estaba en el Barcelona B, ascendimos aquella temporada los dos. En diciembre pasado estuve en Manchester con la familia y lo fui a ver entrenar. Su juego posicional de ataque me parece fantástico y también me gusta por la forma de comunicar, de expresarse. Puede ser un referente para mí, pero me gustan otros tipos de fútbol, también equipos que trabajan bien el contragolpe. Mi idea es que cuando un equipo domine más registros más posibilidades tendrá de ganar.

—¿Y su sistema de cabecera?

—No creo mucho en ellos, es la foto de inicio de partido. Mi sistema base es el 4-4-2, pero a partir de ahí pueden ser dos puntas más específicos, un segundo delantero, dos pivotes fijos en el medio, uno de creación y otro de contención… Es bueno además tener diferentes variantes para tratar de sorprender al contrario.

—Aseguró Lalo que él está para fichar y el técnico para entrenar. ¿Qué le parece esa declaración tan contundente?

—No es habitual tener esa claridad por parte de un director deportivo. Yo asumo cuál es mi función y, cuando las cosas se logran, es responsabilidad de todos. Para lo malo, también. No me quita el sueño, desde luego. Estoy muy tranquilo, sé que aparte de que él entiende mucho de fútbol, va a traer jugadores de nuestro perfil de juego. No hice ninguna petición, pero cuando hay un acuerdo me tiene al tanto, me pregunta qué me parece. Hay confianza mutua y plena entre ambos.

—Los fichajes que están llegando son jugadores en su mayoría con recorrido, con más futuro que pasado. ¿Qué le parece?

—Además de lo futbolístico que tengan, ese plus de hambre, de ganas de conseguir cosas, esa motivación, son buenísimos. También que vengan en propiedad es importante. Es verdad que hay jugadores con edad que siguen teniendo esa ilusión y aquí hay buenos ejemplos, pero esa frescura que te da tener recorrido por delante es muy positiva.

—El Zaragoza se ha caído este año en las segundas partes en muchos partidos. ¿La plenitud física es vital en sus equipos?

—Es muy importante una buena base física. No es que sea decisiva, pero tienes que dar respuesta a muchas situaciones y eso exige una muy buena preparación. Esta categoría te pide competir al máximo, es muy larga y exige tener ese nivel durante 42 jornadas y quizá un playoff... Eso sí, al final es un factor más, porque puedes correr mucho y si después tienes los pies al revés es imposible.

—¿Ha hablado ya con alguno de los entrenadores anteriores del Zaragoza, con Raúl Agné o con César Láinez?

—No, con ninguno. Con Raúl solo tengo la relación de cuando nos hemos encontrado. Con César hablaré seguro y creo que ha hecho una labor fantástica en este último tramo de Liga.

—¿Le dio la impresión de que el Zaragoza bajaba?

—No, de verdad que no. Hubiera sido muy extraño que lo hubiera hecho, pero a César hay que alabarle en el momento en que entró al banquillo, con una gran responsabilidad, por todo lo que implicaba ese descenso. Ha sido muy valiente y denota el zaragocismo que tiene.

—Él vuelve al Aragón y de ahí suben Delmás, Lasure, Zalaya y Raí. ¿Qué referencias tiene de ellos?

—He visto a todos. Los vi, por ejemplo, en la eliminatoria de playoff con el Calahorra, y en vídeo en algunos partidos. Como idea, apostar por la cantera me parece estupenda. Es que el Zaragoza siempre ha tenido muy buenos jugadores en la base. Aragón es tierra de buenos futbolistas. A Zapater, cuando yo estaba en el Alavés, le estuve viendo en la selección aragonesa sub-18 y decía, ‘por Dios, qué envidia de jugador’. Solo hay que ver los internacionales que tiene este club en categorías inferiores todos los años. Y además los que se han ido de aquí a otros clubs...

—Pero no solo tienen que llegar, hay que ponerlos.

—Ya, pero para eso tienen que competir y demostrar su fútbol. Yo nací como entrenador en un club de base y sé lo que es trabajar para llegar al primer equipo. Cada uno de ellos estará para competir al 50% con el que otro tiene en su puesto. Eso sin ninguna duda. Y el resto ya dependerá solo de ellos.

—Hablaba de Zapater, ¿qué le parece su temporada tras estar casi tres años sin jugar?

—El rendimiento que ha dado ha sido tremendo y por su zaragocismo, que lo lleva en la sangre, tiene que ser un buen ejemplo, un espejo en el que mirarse para esos chicos que llegan con hambre. Para los jóvenes que vienen del filial es casi Dios. Es un referente en el que nos tenemos que apoyar todos.