Todo el mundo sabía, él el primero, que Jorge Lorenzo no lo iba a tener fácil en Honda. Y no tanto porque venía de dos años de viacrucis con una moto ganadora, la Ducati Desmosedici, con conceptos muy distintos a la Honda RC213V, sino porque él mismo, Jorge Lorenzo, había vivido una historia de altibajos, amores y desencantos enormes en el equipo Ducati. Por fin, según reconoció él mismo, llegaba al mejor equipo del mundo «tarde, pero contento».

Puig aseguró que el equipo Repsol Honda siempre aspiraba a tener a dos de los mejores pilotos de la parrilla de MotoGP y con Márquez y Lorenzo lograba formar un dream team de ensueño. Con la boca pequeña le contaba a todo el que quisiera escucharle que la Honda es una moto muy, muy, difícil de pilotar, hecha a imagen y semejante del arrojo de Márquez, pero que si había un piloto capaz de hacerse con sus manos y ganar, ese podía ser Jorge Lorenzo. Verdad es que los inicios han sido duros, muy duros, y aunque Lorenzo parezca excesivamente preocupado por los detalles, lo cierto es que sus primeros resultados, sus dos primeros grandes premios, deben calificarse de desastrosos.

El pentacampeón mallorquín aseguró al inicio del Mundial que llevaba seis meses sin poder pilotar en plenas condiciones físicas y mentales. Y era cierto. De ahí que en Losail sus resultados fuesen malos, pese a que empezó siendo segundo en el primer ensayo del GP catarí. Acabó 13º en carrera, tras arrancar en parrilla desde la 15ª plaza. En Catar cometió un error de novato, muy criticado internamente, cuando, en el ensayo matinal del sábado, sufrió un accidente durísimo por querer correr antes de tiempo.

Ya en Termas de Río Hondo (Argentina) se comprometió a empezar una nueva aventura destinada a superar con la mejor nota posible tanto el GP de Argentina (12º en parrilla, 12º en carrera) como el próximo GP de EEUU, en Austin (Texas), «para llegar en la mejor forma posible al GP de España».