Decenas de futbolistas o baloncestistas se han contagiado de coronavirus pero el primer deportista profesional fallecido por la pandemia es Shobushi, un luchador de sumo de 28 años. La obesidad del gremio, casi siempre por encima del centenar de kilos, acentúa sus riesgos. Shobushi, además, sufría diabetes.

"Ha tenido que ser muy dolorosa esa pelea contra la enfermedad durante más de un mes, pero como luchador de sumo perseveró y resistió hasta el final", ha afirmado Hakkaku, jefe de la Asociación Japonesa de Sumo (JSA, por sus siglas inglesas).

La lucha fue, efectivamente, dolorosa. Shobushi empezó a padecer fiebre y otros síntomas el 3 de abril pero no pudo recibir atención médica por la saturación de las líneas telefónicas. Fue rechazado por varios hospitales y sólo una semana después, cuando ya escupía sangre, fue ingresado. El 19 de abril fue trasladado a la UCI y falleció el miércoles, tres semanas después, por un fallo multiorgánico.

"No tenemos palabras cuando pensamos en los corazones rotos de su familia. Le deseamos que ahora pueda descansar en paz", siguió Hakkaku. Shobushi es también el primer veinteañero japonés que sucumbe al coronavirus.

CONMOCIÓN NACIONAL

Su fallecimiento ha conmocionado a un país que ve en esos guerreros en taparrabos a los depositarios del honor, la rectitud y el sacrificio ancestrales. Shobushi (Kiyotaka Suetake era su verdadero nombre) no disfrutaba de la gloria de los grandes y mediáticos maestros. Debutó en 2007 y había alcanzado el undécimo puesto en la división Sandanme, la cuarta de un total de once. Pertenecía al establo o heya de Takadagawa, foco de la epidemia en el sumo.

Otros cuatro miembros y su entrenador también han dado positivo. No sólo los empujones y llaves atentan contra el distanciamiento social que aconsejan los tiempos. Los rikishi, captados en la adolescencia, duermen, comen y entrenan juntos en los establos con un rigor marcial.

El coronavirus obligó a suspender los Juegos Olímpicos de Tokyo y el grueso de las competiciones deportivas del país. El sumo tampoco ha salido indemne. El gran torneo de verano fue cancelado y sólo se recuerdan dos precedentes: una competición de 1946, porque la sede no había sido reconstruida aún tras la guerra, y otra en 2011, por un escándalo de masivos amaños que empujó al barro al deporte.

El torneo de Nagoya de julio se desplazará a Tokyo para evitar los movimientos de los aficionados capitalinos y el de Osaka, en marzo, fue el último celebrado. La organización impuso la ausencia de aficionados, alejó a la prensa de los vestuarios y dictó medidas estrictas a los luchadores. Prohibió que acudieran al estadio en transporte público, les obligó al uso de mascarillas, desinfectó sus manos y les tomó la temperatura varias veces.

Un solo positivo, había aclarado, supondría la inmediata suspensión del torneo. También impidió que durante el chikaramizu, la liturgia por la que el ganador de un combate ofrece agua en un cucharón al siguiente, las bocas contactaran con la madera.

SEIS GRANDES TORNEOS

La JSA planea un testeo masivo de anticuerpos a sus miembros para medir la presencia del virus en el gremio. Los resultados, que se sabrán en un mes, permitirán que los expertos diseñen la estrategia para salvar la temporada. El sumo cuenta con seis grandes torneos al año y cada suspensión es una tragedia. El grueso de los ingresos del sumo proviene de los derechos televisivos, así que la falta de aficionados en el estadio es un mal asumible.

Japón está gestionando la pandemia con razonable éxito. Sus 700 muertos colocan al País del Sol Naciente en la cola de los damnificados y esta semana levantaba el estado de alerta en 39 de las 47 prefecturas.