Son los futbolistas de las categorías inferiores aquellos que más interés suscitan entre la gente. Es lo normal en estos casos. Siempre se tiende a idealizar el futuro, sin tener en cuenta que detrás de esto hay un presente que cuidar y controlar. Las expectativas sobre gran parte de los integrantes de la ya bautizada como Generación del 99 son gigantes a tenor del talento que emanan estos cachorros. Sobre su entorno revolotean con dulzura halagos y alabanzas, pero ellos son conscientes de su situación. Todavía les queda mucha piedra por picar.

Desde que se incorporaron a la primera plantilla demostraron su personalidad. Al principio con una pizca de timidez, pero cuando rodó el balón se olvidaron de su condición de novel para mostrar su osadía. La actitud entusiasta habitual en los jugadores jóvenes, esos con aún todo por demostrar. Pero esta camada no solo emana talento, también madurez. Tienen claro que su hora puede llegar si siguen su línea de trabajo y sacrificio.

La consolidación que ha protagonizado aquella quinta de futbolistas zaragocistas marcó un camino para la base. Lasure, Pombo, Guti o Delmás, son el ejemplo de la revelación del producto de la Ciudad Deportiva. La imagen de la meritocracía es poderosa. En el primer equipo hay sitio para estos pequeños soñadores. Una mentalidad regenerada por la nueva política de cantera puesta en práctica por el Real Zaragoza, ya que se aboga con más asiduidad por encontrar soluciones de la casa.

Saber que pueden tener oportunidades y confianza en la primera plantilla potencia la ilusión. Refuerza la confianza del futbolista en su trabajo, y más si ven con fascinación a gente de la casa defendiendo con poderío la camiseta blanquilla. Sin embargo, el fútbol marca unos plazos de crecimiento apropiados para la formación del futbolista. Aunque siempre hay casos de chicos que irrumpen con precocidad.

Sus nombres son conocidos. Alberto Soro, Clemente, David Vicente, Baselga, Carlos Vicente... Todos ellos todavía tienen que curtirse en el Aragón. Jugar entre tiburones, en una exigente Tercera aragonesa. Necesitan equivocarse, porque el halago engaña, es traicionero. Solo ofrece parte de la realidad, mientras que del fallo es de donde se extraen las mejores conclusiones.

Su mentalidad ha estado moldeada por las manos de Javier Garcés, un entrenador con dotes didácticas, uno de los principales artífices de esta hornada de canteranos. Por ahora, muchos de ellos seguirán teniendo protagonismo con el primer equipo. Luego deberán ir a su realidad en el Aragón, continuando su progresión con naturalidad posible.