Bastard!, you have done it again». El británico Cal Crutchlow, uno de los pilotos más aguerridos del Mundial, un auténtico apasionado de las carreras, un «piloto rural», como se define graciosamente, se acercó ayer sigilosamente a Marc Márquez en el corralito de Brno, después de que el nen de Cervera les metiese a todos una paliza de cuidado y les ganase por casi 20 segundos de ventaja. Cal le llamó, ¡cómo no!, bastardo. Cabrón, vamos. «Lo has vuelto a hacer». Y, sí, Márquez les había ridiculizado a todos al cambiar su moto de agua por la de seco en la segunda de las 22 vueltas de que constaba el Gran Premio de la República Checa. «Me cagué en ti cuando pasé por la meta y alargué mi vista hasta verte ya, en tu boxe, cambiando de moto. ¡Bastardo!», sentenció Cal.

Márquez vive de eso, no solo de ser el mejor del mundo, tampoco de ser el tricampeón de MotoGP más joven de la historia, ni siquiera de haber conquistado tres de los últimos cuatro títulos en juego. Vive de arriesgar más que nadie, de jugársela antes que nadie, de pensar más rápido que nadie, de decidir en milésimas de segundo. «Cualquiera de nosotros hace eso, cambiar las ruedas de agua por las de seco cuando la pista aún está mojado, resbaladiza, y se mete un tortazo de narices», reconoció el brillantísimo Andrea Dovizioso. Cuando Márquez decide, decide; cuando Márquez va con todo, va a saco. La determinación de Márquez no tiene comparación. También en eso es único, el mejor, el más atrevido.

PROBLEMA SOLUCIONADO

«Marc es maravilloso. Y, sí, su mejor cualidad es que no duda», explica el italiano Livio Suppo, uno de sus jefes. «Siempre que observo a Marc en carrera, siempre que le veo hacer el más difícil todavía, siempre que soluciona los problemas de la carrera o de la moto con coraje y determinación, él solito, pienso en la definición que el escritor italiano Giovanni Verga da de talento: ‘Talento es ser capaz de mudar, de convertir, un problema en una oportunidad’». Ese es Marc Márquez Alentá, el muchacho que lideró en el Gran Premio de la República Checa el segundo triplete español de la temporada (el primero fue en Jerez: Dani Pedrosa, Marc Márquez y Jorge Lorenzo), el nº 53 de la historia del motociclismo y que cruzó la meta haciendo el ángel, el cristo a los Joaquim Blume, y señalando al cielo con sus dos dedos índices desde lo más alto del podio totalmente español.

Porque, aunque él no lo quiera reconocer (no es hermoso ganar dos veces, no es correcto regodearse en la victoria, no es limpio humillar en demasía), lo cierto es que, en el mejor estilo del maestro, del 12+1, Márquez también lo tenía todo previsto. «No, no, qué va, qué va, he ido improvisando sobre la marcha». «¡No es cierto!», grita graciosamente mamá Roger desde Cervera. «Me juego lo que sea que lo tenía todo pensado. Cuando ha visto que el neumático que ha escogido en la parrilla le ha salido defectuoso, ha dejado pasar al pelotón, a los rivales más importantes, se ha colocado en la cola de todos para que no supiesen cuando iba a entrar a cambiar de moto. Se ha metido en su boxe cuando ya no lo podían ver y ha salido disparado con la moto de seco». Si lo dice quien lo parió debe ser cierto, ¿no?

Y, DE PRONTO, LíDER

La carrera, que lo sepan, arrancó con ruedas de agua. Hacía chirimiri. Márquez pidió, en la misma parrilla, que le cambiase la rueda dura de detrás «porque no me fiaba un pelo de ella» por una más blanda y le dijo a Santi Hernández, su ingeniero y amigo, que preparase la otra moto con neumáticos slics, lisos, de seco, «para ¡ya!, pues trató de coger ventaja con esta goma más blanda y me meto rápido».

Cierto, tal vez pensaba coger ventaja en ¿dos?, ¿tres?, ¿cuatro?, ¿cinco vueltas?, pero vio que su rueda trasera patinaba una barbaridad y no avanzaba, así que se metió para adentro antes de completar la segunda vuelta. Y los pilló a todos en calzoncillos. «¡Bastard!, you have done it again». Y, cómo no, Santi tenía la moto a punto, niquelada. ¡Saltito! y a volar. «Estuve a punto de caerme cinco veces en la primera vuelta con las ruedas secas sobre la pista mojada», reconoció, mientras paraba el crono, en ese primer giro, en 1.58 minutos por el 2.09 que hizo Valentino Rossi.

La astucia de Márquez («Marc tiene la mano rota en manejar esas situaciones», dijo Pedrosa; «Marc ha vuelto a ser el más listo», sentenció Lorenzo; «Marc ha dado en el clavo», dijo Rossi…) despertó a los demás, puso el despertador en el muro pero, cuando los equipos empezaron a llamar a sus magníficos para entrar a cambiar su moto, ya era demasiado tarde. Márquez volaba, Márquez había adquirido 20 segundos de ventaja y Márquez, el tricampeón, el muchacho que posee todos los récords de precocidad en la categoría reina, ya era, no solo el vencedor, sino el gran favorito, de nuevo, en la carrera por el título mundial.

Ya solo le quedaba disfrutar de su penúltima pillería, torturar un poquito más a Maverick Viñales (Yamaha), ganador de las dos primeras carreras del año (Catar y Argentina), al que ha quitado 51 puntos en los últimos cuatro grandes premios, y cruzar la meta haciendo el ángel, señalando al cielo, donde se supone está el maestro. Para darle la vuelta a la tortilla, no solo has de tener el mejor equipo, no solo has de tener en tu muro auténticos amigos que den la vida por ti, no solo has de preparar la estrategia con la habilidad de un científico, sino que has de tener las manos, el corazón y el coraje de bailar, al menos durante dos vueltas, en una pista que era puro cristal, espejo, silicato de magnésio, polvos talco.

Márquez rodó 11 segundos más veloz con neumáticos lisos, de seco, sobre la pista mojada, que Rossi con ruedas de lluvia. Puede que el campeonato siga metido en un puño, sí, con cinco pilotos en 31 puntos, pero ya tiene un favorito. El de casi siempre: Marc Márquez Alentá. El chico que las caza al vuelo.