Es el Zaragoza actual un equipo simplón. Uno más. Le falta mucho más de lo que le sobra y no tiene buen aspecto. Desde aquella bendita tarde en Oviedo, todo se ha ido al garete. Se le ve perdido, desnortado, ido. Pide a gritos un guía que le ayude a encontrar aquella senda ahora perdida y que le ha sumido en la más absoluta mediocridad. Y eso es, precisamente, lo más doloroso y peligroso. El Zaragoza, un equipo llamado a luchar por el ascenso directo, es un conjunto vulgar. Uno más del montón más cerca de abajo que de arriba en todos los sentidos. También en el clasificatorio.

No debería el punto sumado ayer ante Osasuna ocultar la preocupante realidad de un Zaragoza que no sabe a qué juega. Ayer fue muy inferior a Osasuna. Como lo fue en la primera mitad en Albacete o durante toda la contienda en Lugo. No perdió porque tiene un portero de otro mundo. No del de los mediocres, desde luego. Solo él y la Virgen del Pilar evitaron que la caída libre del Zaragoza acabara en el abismo. Lo mereció, en todo caso, el equipo aragonés. Tan incapaz como impotente.

Todo el mundo sabe, a estas alturas, a qué juega el Zaragoza. Todo el mundo, menos el propio Zaragoza, que carece de recursos y plan B ante rivales replegados, que ejercen presión alta y que tapan a Eguaras. Arrasate se sabía la lección impartida por el Lugo. 4-1-4-1, un avanzado encima del mediocentro zaragocista y superioridad en la medular. Lo clavó. Como hace quince días, al Zaragoza le costaba hasta respirar. Ni basculaba bien, ni presionaba bien, ni atacaba bien. Eguaras tenía que bajar al área propia para coger una manija que casi nunca lució y Osasuna, algo incómodo al principio, se fue creciendo ante las dudas de su oponente. No dudó Sagués Oscoz en señalar penalti por supuesto agarrón de Verdasca que solo él vio y que venía precedido de un fuera de juego que solo él no vio. Pero el ritual de Cristian también fue demasiado para Brandon, que se topó con el meta argentino.

El paradón espoleó al Zaragoza, que, sin embargo, carecía de profundidad. Un par de arreones por aquí, otro par de saques de esquina por allá, pero ni rastro de fútbol. Para colmo, de nuevo una lesión obligaba a Idiakez a gastar una bala antes del descanso. Esta vez le tocó el turno a Marc Gual, que dejó su sitio a un voluntarioso Soro.

El gol de Verdasca llegó de la forma menos esperada: a balón parado. Una disciplina que Osasuna maneja bien y de la que el Zaragoza no suele obtener réditos. Pero Zapater puso el balón desde la esquina en la cabeza del central portugués, que batió a Rubén y logró su segundo gol de la temporada. Estaba hecho lo más difícil. El Zaragoza había sido capaz de superar a un rival que no suele conceder y que había sido incapaz de anotar un solo tanto en los tres partidos que había jugado anteriormente como visitante. Todo pintaba bien. Había fiesta en La Romareda.

Pero la entrada de Fran Mérida al descanso fue letal para el Zaragoza. La buena noticia era que su salto al campo se había producido por la lesión de Íñigo Pérez, otro futbolista en mayúsculas. Arrasate diseñó un 4-3-3 que deshizo al Zaragoza de principio a fin y Osasuna impuso su centro del campo ante un Zaragoza cuyo entrenador volvió a tardar en reaccionar. Decía Idiakez en la víspera que era fundamental saber leer el partido y tener paciencia. De lo segundo tuvo demasiado y de lo primero, poco. Porque volvió a tardar un mundo en fortalecer la medular a pesar de que el partido pedía a gritos la entrada de James y, con él, de oxígeno. Eguaras, extenuado, había hecho lo que había podido y Zapater y Ros, tras una aceptable primera parte, sufrían de lo lindo.

El empate se veía venir y llegó en un error defensivo del Zaragoza que aprovechó Roberto Torres para servir el gol en bandeja a Brandon. Osasuna inauguraba su cuenta anotadora como visitante en La Romareda. ¿Dónde si no? Fue entonces cuando Idiakez echó mano de James, y con él, un cambio de dibujo.

El 4-4-2 mejoró poco al Zaragoza, hasta entonces víctima de un meneo en toda regla. Sin chispa, sin sangre, sin alma y sin aire, el equipo aragonés apenas hacía acto de presencia por las inmediaciones de Rubén, que solo se tuvo que emplear a fondo para desbaratar un remate franco de Álvaro poco antes del gol del empate. Nada más se supo del Zaragoza, que se encomendó a la Pilarica para retener al menos un punto. Rubén estrelló el balón en el poste tras otro error defensivo y, casi al final, Lasure evitaba la derrota sacando el esférico bajo palos. No perdió, pero el Zaragoza, cuyo técnico ni siquiera agotó los cambios, es, ahora, un equipo desconocido. Y eso es peor.