La Rosaleda fue ayer por la tarde la capital del día mundial de la aspirina. No hubo ni un solo espectador que, con fervor de mártir arrepentido, al abandonar el campo no solicitara en el botiquín del estadio un calmante o algún medicamento similar para aliviar la jaqueca de campeonato que produjo el encuentro, que fue de dolor. Los que se quedaron sin posibilidad de alivio farmacológico, corrieron hacia los chiringuitos de pipas y caramelos anexos al estadio, que en Andalucía son legión y brotan por cada esquina por no se sabe bien que costumbre popular. Quizás porque, según se está poniendo el fútbol de pesado e indigesto, sus propietarios saben que la migraña deportiva es más rentable que la bolsa de pistachos. A este paso se van a hacer de oro y las acciones de Bayer cotizarán a precio del barril de petróleo.

Quienes no consiguieron paliar de alguna forma los efectos del tostón ofrecido por Málaga y Real Zaragoza, debieron pasar una de las peores noches de sus vidas, con pesadillas tan terribles como verse convertido en balón y pateado sin piedad durante noventa minutos y pico, botando con la cabeza en un matojo de hierba o sintiendo un puntapié en la barriga de cuero. Ni Wanchope, ni Amoroso, ni Villa, ni Movilla. Nadie tuvo la intención de jugar, y si la tuvo alguien, mejor que no lo declare por decencia.

UN EQUIPO EN COCCION Se sabía que el Málaga es todavía un equipo en cocción y que el Real Zaragoza no va a ser campeón todos los domingos, pero al menos se esperaba algo para recordar hoy lunes, que es día duro y cuesta arriba. Nada que decir si la aspirina estaba caducada. El empate fue lo más justo entre un par de equipos incapaces de imponer un poco de sentido y cordura a su acciones, pero el reparto de puntos sin goles se antoja un premio excesivo. Mientras las leyes sigan así, los neurólogos tendrán las consultas a rebosar.

Hubo momentos gloriosos, como un disparo de Wanchope al banderín de córner, un tiro a portería vacía de Savio que acabó en un cráter lunar o una falta botada por la puntera de Javi Moreno, que le levantó la tapa de los sesos a un hurón que había asomado el hocico entre el césped. También Luis García se apuntó al festival de los horrores: al final de la primera parte le entraron dudas de si dentro del área puede coger el balón con las manos, y en ese trance del portero el Málaga estuvo a punto de marcar, pero la pelota pasó por encima de los restos del hurón fallecido por un exceso de curiosidad y se fue al poste.

A Gregorio Manzano le gusta que sus jugadores visualicen los partidos, y, a ser posible, las victorias. En el Málaga tendrá que poner pantallas gigantes porque sus muchachos ni olieron el triunfo, más o menos lo mismo que un Real Zaragoza miniaturizado por la presión y la patada baja de su adversario. Galletti, Savio, Javi Moreno y Villa no quisieron discutir ni un solo balón dividido, y mucho menos cuando Romero, Juanito, Sanz, Gerardo y Miguel Angel metían la pierna con sonido de serrucho. Lo mismo ocurrió en la acera de enfrente, aunque en un grado mucho menor de agresividad. Milito, Alvaro, Cuartero, Aranzabal, sustituto de un Toledo que volvió a lesionarse en la primera parte, y Zapater (éste merece un capítulo aparte porque tiene pinta de jugador grande) hicieron que los exóticos y en otros tiempos grandes malabaristas ofensivos Wanchope y Amoroso capitularan después de dos o tres detalles intrascendentes en su debut en casa. De Duda, acostumbrado a ser el galán de las películas contra el Zaragoza, no hubo tampoco grandes noticias porque Cuartero le cortó las alas pronto y le retiró de la circulación. Los atacantes de uno y otro bando pasaron muy mala tarde.

El equipo de Víctor Muñoz tan sólo mostró madurez y soluciones para conservar el empate inicial. Perdió a Movilla, desterrado de la creación por unos marcajes que cada vez se le hacen más complicados de desanudar, y el objetivo se redujo a guardar las espaldas. Con los dos equipos tocando la flauta a ver si sonaba por casualidad, el destino puso el cuponazo en las botas de Javi Moreno tras un rechace de Calatayud. El delantero dribló con habilidad al meta, pero, a portería vacía, se puso a pensar en los huérfanos del hurón y en su viuda, y cuando quiso marcar la defensa le había tapado todos los huecos.

Víctor quiso reparar algo y metió en el taller a Drulic y Cani. La noche fue cayendo y el dolor de cabeza aumentando. Un punto por una jaqueca. Menos mal que era el día mundial de la aspirina.