Mañana lunes puede ser un gran día. No un día festivo por el momento, pero sí una jornada que, en principio, dibujará sinceras y amplias sonrisas en una afición cuyo gesto más común en los últimos años es la cara de susto. Si se cierran de forma oficial, como así parece, el fichaje de Movilla y la cesión de Javi Moreno, el club habrá dado forma en tan sólo doce meses a un nuevo equipo. El verano pasado, tras el ascenso, llegaron a La Romareda Alvaro, Milito, Ponzio, Savio y Villa, y en el actual han aterrizado Oscar, Aranzabal y Luis García, mientras conceden pista a Movilla y Javi Moreno. Diez futbolistas de los que nueve tiene sello de titular a la espera de lo que decida Víctor Muñoz, el auténtico artífice de esta profunda remodelación. Sin su insistencia, seguramente muchos de los pasos que se han dado en la recta final ni tan siquiera se habrían propuesto.

La revolución tranquila que anunciaban desde la entidad no ha sido posible. El Real Zaragoza necesitaba un cambio brusco en su fisonomía y ésta se ha producido en tan sólo un año (dos temporadas). Para ello ha tenido que romper su sagrado principio de la moderación en el gasto, sobre todo en la adquisición de José María Movilla, quien se convertirá en el jugador mejor pagado de la historia zaragocista. Esa fuerte inversión está justificada puesto que se ha realizado en la compra del motor, en un futbolista de poco brillo en el chásis y mucho recorrido en los partidos en un doble papel de obrero imaginativo y recurrente y de convincente líder sindical.

Formas atractivas

Por fuera, este Zaragoza de grandes exigencias de cara a la próxima temporada es un conjunto de formas atractivas. A los ya consolidados Alvaro, Milito y Villa --a Savio habrá que pedirle mayor implicación-- se han sumado como valores más reseñables la experiencia y la exquisitez de Aranzabal en la lateral izquierdo, un costado descosido por lo general en lo creativo; la calidad de Oscar, un mediapunta de llegada poderosa y hábil manejo del balón que debe asociarse con Villa para repartirse el pastel goleador, y el olfato guerrero de Javi Moreno, un ariete en horas bajas que descubre sus mejores prestaciones en equipos en formación, no en superpotencias como el Milan o el Atlético de Madrid.

Mirado con anteojo optimista, el Zaragoza, sin duda, es otro, y hay razones para creer que está capacitado para ofrecer encuentros de nivel, un largo recorrido en competiciones como la UEFA y la Copa del Rey y buen fútbol. El menú es apetitoso, pero no hay que engañarse: todavía carece de consistencia suficiente arriba, sus bandas están ocupadas por jugadores de natural disposición a manifestarse en la zona de enganche como son los casos de Savio, Cani y Galletti, por lo general incómodos en una función que no les corresponde, y carece de un especialista en el lateral derecho. Cuartero se ganó el puesto por méritos propios, pero en cuanto flojee, muchas cosas dicen que será Ponzio, un mediocentro, quien pase a ocupar ese puesto. Y si el irregular argentino se va de su parcela, habrá concurso para buscar un escudero a Movilla en el eje, donde la improvisación no es nada recomendable.

Con todas esas dudas, que no son pocas y Víctor tendrá que resolver sobre la marcha, el Real Zaragoza emana por primera vez un aroma a frescura, a que esas carencias no pesarán más que un grupo capaz de invitar al seguidor a acudir al estadio sin peligro de sufrir una úlcera, con la sensación de que podrá divertirse de vez en cuando, que no es poco.