Mancebo no es sólo el ciclista del casco torcido. Es también un corredor que quiere reivindicarse a sí mismo, cansado ya de perderse los primeros planos de la televisión al andar siempre a la caza del grupo de favoritos. En la montaña, hasta ahora, nunca perdía el contacto visual con Lance Armstrong y compañía. Cuando ellos salían de la curva, él entraba. Apenas unos segundos, los suficientes para que el cámara de la moto se olvidase de su presencia. A los 28 años ha alcanzado la madurez y quiere demostrar que vale para el Tour. ¿Hasta qué punto? Ni él lo sabe.

En el ciclismo moderno los segundos tienen un peso de oro. Por eso, los 18 que arañó ayer el líder del Illes Balears (10 por la fuga y ocho por la bonificación) fueron una recompensa exquisita por un ataque entre la gallardía y la insensatez. ¿Qué hacía un escalador malgastando fuerzas en una etapa llana? Si está tan fuerte como aparenta, ¿por qué mostró sus cartas? El mismo encontró la respuesta nada más perder el esprint con el italiano Filippo Pozzato, vencedor en Saint-Brieuc, e Iker Flores, ayudante de Iban Mayo, en el Euskaltel. "En un puerto de 15 kilómetros no hay cartas que valgan", contestó el abulense.

El provocó la fuga cuando sólo quedaban cinco kilómetros. Eusebio Unzué, director del Illes Balears, indicó a sus corredores que el final era muy peligroso. Estaba avisado por José Miguel Echávarri, el mánager de la formación, que siempre viaja por delante para controlar los puntos complicados de la etapa. Por eso, era mucho mejor tratar de romper el pelotón y buscar una fuga.

FUGA SALVADORA Lo intentó Txente García Acosta, luego Iván Gutiérrez. Lo consiguió Mancebo, a quien hoy el pelotón le tendría que levantar un monumento. Con su fuga aplacó la cólera de los velocistas. Ya no tenían necesidad de jugarse el pellejo y provocar otra caída, en un final de curvas y rotondas, impropio del Tour.

No se sabe cómo responderá Mancebo cuando llegue la montaña. Pero, ciertamente, está desconocido. Pasó el pavés pegado a Armstrong, como si fuera un clasicómano belga. Se ha movido siempre en cabeza de pelotón, mirando por el rabillo del ojo a los demás líderes. No le han pillado ni cortes ni caídas. "Está agresivo, centrado y seguro", le catalogó Unzué. Pero en el último kilómetro pecó de novato. Y ya lleva cinco Tours a la espalda. Sólo a Mancebo se le podía ocurrir colocarse en cabeza del trío que había formado y llevar en volandas a Pozzato, uno de los lanzadores de Petacchi. "Daba igual donde fuera, ya que igualmente iba a perder el esprint", dijo.

Tal vez, la meta de Saint-Brieuc le contagió cierto espíritu derrotista. Aquí empezó el Tour de 1995, el quinto de Induráin. En el prólogo llovía horrores y tan tapado estaba el cielo que no se veían ni las sombras. Ahora se ha descubierto un secreto de Induráin, que confirma que a veces los campeones también tienen pánico. "¡No salgo, no salgo!". Lo dijo poco antes de iniciar el camino hacia su quinta victoria.