A la vista de los movimientos orquestados que Agapito Iglesias estaba realizando para supuestamente vender su paquete accionarial en el Real Zaragoza, el juez Picazo dictó ayer un auto por el que avisa al empresario soriano de que le retendrá el precio de la venta que el imputado reciba en caso de producirse. Quizá, solo quizá, la expectativa de alguno hubiera sido que su señoría hubiese prohibido expresamente el traspaso de la SAD para encontrar algún culpable del callejón sin salida de la situación y reafirmar presuntas estrategias, que siempre hay una u otra detrás de tanta chicuelina. Pero no fue así. Picazo da libertad para vender el club; así que si Agapito quería desprenderse de su negocio futbolístico, podría perfectamente seguir haciéndolo hoy mismo. Eso sí, está advertido de que ese dinero sería inmeditamente embargado.

Desde que su procesamiento judicial se puso cuesta arriba, con la obligación de depositar una fianza millonaria e imputaciones tremendamente serias, Agapito ha intentado mezclar y entrelazar su futuro procesal con el del primer equipo de fútbol aragonés con diferentes maniobras. Ayer el juez solo hizo lo que la ley le obliga, pero en ningún caso prohibió la venta.

Mientras la situación judicial del imputado se enreda todavía más, el Real Zaragoza queda a su merced y con un futuro inquietante en el horizonte. El auto de su señoría nos lleva a concluir de manera casi definitiva que Agapito tampoco venderá esta vez la SAD al grupo que encabezaba Mariano Casasnovas, al que la chirigotada de acercarse a mala sombra le habrá costado un coscorrón muy doloroso. Aún no ha nacido la especie que venda algo para arriesgarse a no cobrar nada (solo lo recuperaría si fuera absuelto en el juicio). Así que parece que seguiremos en el eterno bucle. Ahí o fuera de ahí, a 30 de junio el Zaragoza necesita 5 millones para evitar denuncias y no exponerse a un descenso administrativo.

El nuevo escenario puede haber reducido las opciones a que Agapito apoquine o a que logre dinero externo con algún temerario que esté dispuesto a arrimarse a su peligrosa vera, con el inevitable desprestigio --un Cuartero, un Checa, algo así de triste, pero poniéndolas--. Si ninguna de esas variables se concretara, detrás de tanta maniobra, solo habría una palabra: desaparición.