--Granadino de nacimiento y corazón, toda una vida en Zaragoza.

--Tres cuartos de vida. Vine aquí con 22 años y ya no me marché. Aquí me quedé para siempre, y encantado de la vida además.

--Llegó con la carrera terminada. ¿Enseguida entró en la Universidad como profesor ayudante?

--Al principio estaba poco de profesor, pero iba mucho por la facultad. Cuando vine, en lugar de irme al Maza, que era donde se metían todos los futbolistas nuevos, me fui a vivir con unos granadinos que estaban trabajando aquí en la Universidad. Entonces no había sección de geología, solo una cátedra. Y con ese señor, Oriol Rivas, estaba de profesor adjunto un granadino con el que me vine a vivir. Por las mañanas me dedicaba al fútbol, pero por las tardes estaba siempre en ambiente universitario.

--¿Ha conocido a algún futbolista catedrático?

--No, a ninguno. Sé que hubo uno en el Madrid, Cabrera, que estudió derecho pero no jugó tantos años al fútbol como yo. En el Zaragoza, ninguno.

--¿Ni profesor de Universidad?

--Ninguno. Conocí a un tal Ramos de mi época, que jugó en el Espanyol y en el Barcelona, que era químico. Con él sí que charlé alguna vez en Barcelona.

--¿Se sintió diferente por eso de ser diplomado y profesor?

--Nunca. En el círculo del fútbol siempre me he encontrado en la gloria, son gente muy sana.

--¿Le llamaban de alguna manera en particular en el equipo?

--Nada especial. Solo cuando hice la tesis, que estaba de entrenador Lucien Muller, un señor, un tío magnífico, que me llamaba doctor. Y la verdad es que lo era (risas), doctor en geología.

--¿Qué le pasó en la tesis?

--Tuve que pedir permiso para salir de la concentración un sábado para ir a leer la tesis a la facultad. Cuando llegué, se había enterado la prensa y empezaron a tirarme fotos. Me puse nervioso y les tuve que pedir que me dejaran un poco tranquilo para poder leer la tesis. Si no, no había manera.

--¿De dónde le viene la pasión por las ciencias de la tierra?

--Una casualidad, como casi todo en la vida. Yo quería estudiar Farmacia, pero pensaba que luego no podría montar una farmacia porque no tenía dinero. Y tenía un amigo, granadino también, que me dijo: "Oye, ¿por qué no estudiamos juntos Geología?". Y yo me dije, pues venga, algo hay que estudiar (risas).

--¿Qué le acabó gustando más: los minerales o el fútbol?

--Con los años fui encontrando la pasión por la geología, pero me lo pasé mejor jugando al fútbol que dando clases, evidentemente. También es cierto que se tiene una relación diferente con los alumnos por el hecho de haber sido futbolista. Digamos que había cierta complicidad.

--¿Recuerda cómo fue su fichaje por el Real Zaragoza?

--Yo estaba en el Granada y vino a verme Avelino Chaves, que era amigo de mi padre, que también fue futbolista. Él firmó un compromiso con el Granada y lo llevó al notario porque no se fiaba. Cuando ascendimos, efectivamente, el Granada se quiso echar atrás. Yo no había firmado, pero ya no había manera, claro. Fui fichado por notario.

--Ya era jugador del Zaragoza cuando los Magníficos ganaron su último título, en mayo del 66.

--Yo fui una ruina para ese equipo. Llegué y los gafé (risas). Me acuerdo de esa final de Copa ante el Athletic en la que el Zaragoza le dio un repaso tremendo. Fue 2-0 solo porque Iribar estuvo enorme, hasta lo sacaron a hombros. Pero llegué yo y ya no se volvió a ganar nada (risas).

--Un final de ciclo.

--Aún tuve la suerte de estar unos años con ellos. Eran muy buenos, buenísimos, un equipazo. Lapetra era un fenómeno como persona. Y luego esa zurda maravillosa que tenía...

--Magníficos o no, se consolidó pronto en el equipo.

--Sí, tuve suerte. Yo pensaba: "Cómo voy a jugar en este equipo". Sin embargo, enseguida fui titular y me consolidé.

--Tan titular era que hubo dos temporadas seguidas que no se perdió ni un solo minuto de juego. ¿Cómo lo hizo?

--Yo tenía novia en Granada, y al cabo de un año en Zaragoza nos casamos y ya llevé una vida muy ordenada. Entre el fútbol, la universidad y que no era nada juerguista, solo las lesiones me impidieron jugar más.

--Once temporadas en el Real Zaragoza y 382 partidos disputados son cifras al alcance de muy pocos.

--Creo que soy el tercero que más partidos ha jugado, después de Aguado y de Violeta, un fenómeno como jugador y como persona y que hoy en día sigue siendo amigo mío.

--¿Sus mejores años fueron con los Zaraguayos?

--Sí. Era un muy buen equipo también, aunque no fuese tan famoso como lo había sido el de los Magníficos, que atacaban bien pero también sabían defender. Me acuerdo de Reija, por ejemplo. El primer año que estuve aquí era impresionante, no recuerdo a nadie jugar mejor que este hombre de lateral. Lo de los carrileros se lo inventó él porque antes los defensas no subían así. Pero Reija subía la banda como una bala y luego volvía a su posición a la misma velocidad.

--Dos etapas que marcan la historia del club, pero muy diferentes.

--Jugaban muy distinto, está claro. Era más bonito el fútbol de los Magníficos, aunque era un equipo irregular. Había veces que parecía que no salían a jugar. Hubo un partido en Granada que nos metieron seis, por ejemplo. En ocasiones los mirabas en el campo y no entendías qué diablos pasaba. Genios para lo bueno y para lo malo, ellos eran así. Contra los grandes sí jugaban más motivados. Ojo que con ese equipo yo he estado ganando en La Romareda 4-0 y la gente pitaba porque no le gustaba el fútbol. La afición exigía muchísimo, y hacía bien, qué demonios. Si podías dar más, por qué no hacerlo. Esa exigencia te hacía mejorar.

--¿Y los Zaraguayos?

--Eran otro estilo de futbolistas, pero un equipazo también. Le metimos 6-1 al Madrid en La Romareda justo cuando se acaban de proclamar campeones de Liga. Y andaban quemados, eh. Quiero decir que había que metérselos, que no era nada fácil.

--¿Recuerda la final de Copa perdida con los Zaraguayos en el 76?

--Perdimos 1-0 contra el Atlético de Madrid. Nos pitó un árbitro que se retiraba, Segrelles del Pilar, y nos machacó. No nos dejaba pasar del centro del campo. Me acuerdo que un tal Becerra me metió una plancha cuando yo despejaba un balón y pitó falta contra nosotros. Fui y le dije que tenía mucha cara, pero no me echó ni nada. Será que tenía mucha cara.

--En el fútbol ya no quedan marcadores como Manolo González.

--No. El fútbol ha ido a mejor. Yo pretendí defender en zona como se hace ahora, pero no hubo entrenador que quisiera. Ya lo hacían los brasileños, que eran los mejores, y quería copiarlos.

--¿Tenía alma de líbero?

--Claro. Yo quería ser Violeta, o al menos que nos turnáramos como hacen ahora.

--Inolvidable pareja la que formaron Violeta y González.

--Fue una pareja conocida, sí. Hicimos casi toda la carrera juntos y teníamos muy buena relación, la seguimos teniendo. Lo mejor que me queda del fútbol son los amigos. A veces, cuando me encuentro a algún compañero se me caen las lágrimas.

--¿Qué delanteros recuerda?

--Cruyff, por ejemplo. Tenía un cambio de ritmo tremendo. Se paraba en seco y salía como un cohete. Y luego Amancio, Gárate... También los tuve muy buenos al lado, como Lapetra, Arrúa, Diarte, Ocampos...

--También fue un hombre de carácter que se enfrentó a los directivos en alguna ocasión.

--Sí, por reclamar lo que era justo cuando no me pagaban. Yo cumplía con el equipo y pedía que hicieran lo mismo conmigo. La ley no era como ahora, entonces te podían retener en el equipo. La parte buena era que si no te pagaban y lo denunciabas, al acabar la temporada quedabas libre. Es lo que hice yo, denunciarlos. Y me pagaron, vaya que si me pagaron.

--Casi cincuenta años después sigue pasando lo mismo.

--Sí, pero la cosa es distinta. Lo que hay ahora es una pena.

--Abandonó el fútbol de forma abrupta en 1977. ¿Recuerda por qué le dieron de baja?

--Cuando se fue Muller, me contó que le habían preguntado con qué jugadores se quedaría. Y él dijo que por mí ponía la mano en el fuego. Luego resultó que no se entendía muy bien en la prensa que se fuese José Luis (Violeta) y no me fuese yo. Aunque él era dos años mayor, los directivos se acojonaron y me dijeron que me tenía que ir. Me hicieron polvo. Aún me fui a jugar a Granada un año más, pero tuve una lesión en la pretemporada y no jugué ni un partido.

--¿Tuvo temor a la retirada?

--Pasé muchas noches sin dormir pensando en qué iba a hacer cuando se acabase el fútbol. A mí me hubiese gustado seguir vinculado al fútbol, de entrenador por ejemplo. Pero tenía seis hijos y no iba a ir con la familia de un lado a otro. El fútbol ha sido mi pasión y sigue siéndolo. Hubo unos años que estuve decepcionado por el final, pero enseguida me reenganché.

--¿Y ahora cómo lo ve?

--Lo veo en la tele. A veces me llaman desde el club para que vaya, pero yo les digo que no voy porque me aburro. En casa voy con el Plus de un partido a otro.

--¿Qué le parece el ambiente que hay en torno al Zaragoza en los últimos años?

--Este hombre (Agapito) no debía haber entrado en el fútbol. Yo tengo mi teoría propia de por qué entró.

--¿Puede contar esa teoría?

--Lo engañaron los que mandaban entonces, que querían entrar en el Zaragoza como fuese, y le dijeron que luego con el campo se forraría. Pero la burbuja inmobiliaria se pinchó y este hombre se quedó colgado con una cosa de la que no tiene ni pajolera idea. ¿Qué hizo entonces? Coger lo malo del fútbol. Que si los agentes aquí y allá, que si vendo, que si compro... Y lleva una gestión nefasta. Se pone en malas manos y, encima, a los profesionales buenos que tiene, como Pedro Herrera, Luis Costa, Manolo Nieves, Manolo Villanova, etcétera, los echa. Esa gente que quiere tanto al club, los que le podían ayudar a sacar esto adelante, era el patrimonio del Zaragoza. La mejor gestión que hay ahora en un club de fútbol en el mundo es la del Bayern de Munich. Y solo hay que ver quién lo maneja: son todos exfutbolistas, por cierto todos muy buenos.