La gente busca claves de todo tipo para ganar a Osasuna, para seguir en Primera División, para evitar una tragedia que enseña parte de su máscara tras la esquina del próximo partido. El concurso para sugerir fórmulas está abierto desde que finalizó el encuentro de Albacete. El descenso ha dejado de ser una insinuación y se ha convertido en una realidad que amenaza por la incertidumbre generada tras seis encuentros consecutivos sin vencer y por la reacción de los rivales directos. La respuesta, quizá la única, está en los jugadores. Queda tiempo, dicen. El calendario es favorable, comentan. Somos mejores, se argumenta cada vez con menos convicción. Todas esas canciones pasaron de moda. El encuentro del domingo se disputará bajo la música de las bombas, en una trinchera psicológica donde sólo tienen cabida los profesionales con capacidad para aclimatarse y superar las adversidades que puedan producirse.

El triunfo ante los navarros es ahora una de esas cuestiones que tanto gusta llamar de estado, de estado de ánimo debería subrayarse: en caso de victoria, el pulso de la hinchada zaragocista recuperará su ritmo normal y la continuidad estará prácticamente asegurada, pero si se pierde, puede darse una situación de máxima ansiedad, que crecerá si Valladolid y Espanyol doblegan en sus respectivos campos a Real Sociedad y Deportivo, respectivamente, y meten al Real Zaragoza en zona de descenso directo. De lo que pueda hacer el Celta, mejor no hablar.

Escenario de riesgo

A estas alturas (bajura sería la palabra correcta), las soluciones colaterales (tácticas y estratégicas) y las reflexiones de despacho ayudan más bien poco. Si los futbolistas son siempre los actores principales de este juego, en escenarios de riesgo como éste adquieren mayor grado de protagonismo, de los que exigen un amplio abanico de registros humanos y deportivos: carácter, calidad, inteligencia, madurez y goles.

El Real Zaragoza es un híbrido de todas esas cualidades, un equipo sin cuajar, con grandes lagunas en su estructura. Por eso está donde está. Ante el domingo de pasión que se avecina, habrá quien solicite con buena fe y razones fundadas en que la clave está en la complicidad colectiva y en el calor de la afición, asunto indiscutible este último. Incluso se repasarán la historia y encuentros con cierta similitud en el paladar de la obligación. En el vientre de esas coherentes y lícitas sugerencias, palpita sin embargo una verdad en forma de columna vertebral y cinco nombres que la sostienen: Láinez, Alvaro, Milito, Movilla y Villa (con Savio en permanente cuarentena). Carácter, calidad, inteligencia, madurez y goles. Un cóctel completo y muy condensado.

El resto merece un respeto y debe arrimar el hombro, pero, comprobado su rendimiento de altibajos a lo largo de la temporada, su dependencia de los cinco es máxima. Un dato puede servir para comprender la ascendencia de este quinteto: con Flores y con Víctor han sido la base, y nadie se ha atrevido a discutirlos. En otros flancos, sin embargo, los debates sobre éste o aquél como titulares son múltiples. Cani y Galletti se han intercambiado tardes más bien melancólicas; Ponzio, para incomprensible injusticia sobre Soriano, ha sobrevivido hasta este domingo en el once porque recupera casi todo lo que pierde, virtud difícil de aplaudir y catalogar; Cuartero está en el mejor momento de su vida, pero no es lateral; Toledo es un cumplidor sin mayores pretensiones; y Dani guarda el poso del criterio con el balón, aunque no la velocidad ni la constancia de antaño. Savio es un capítulo aparte. El brasileño embelesa con su esencia creativa y sus regates, y, en algunas ocasiones como en Albacete, se enrabieta. No ha marcado sin embargo las diferencias que se corresponden a su categoría. Luces y sombras.

A Villa le avalan sus 17 goles, ser el jugador de campo que más partidos ha disputado en la Liga (los 35) y haber convertido sus dianas en las más rentables del torneo. Alvaro y Milito siguen siendo, pese al paréntesis de seguridad reciente, una de las parejas de centrales más solventes. Movilla es un conductor sobresaliente, y Láinez, un señor portero. Desaparecieron todos en el Carlos Belmonte y el Real Zaragoza fue una piltrafa. Este equipo está en sus manos.