Argentina entera tiene el corazón en un puño, pendiente de que otro corazón, el de Diego Armando Maradona, resista y el Pelusa pueda driblar una vez más el destino que parece perseguirle desde hace años. El exjugador, que se encuentra ingresado en la Clínica Suizo Argentina de Buenos Aires, tuvo ayer una "leve mejoría" tras haber sufrido un grave cuadro de tensión y problemas pulmonares, pero sigue en terapia intensiva, asistido por un respirador artificial y con pronóstico reservado. Aunque la evolución es satisfactoria, miles de argentinos siguen rezando por él.

El parte médico no despejó todos los interrogantes sobre la fortaleza del corazón de Maradona. Los estudios que se le realizaron hablan apenas de una "funcionalidad aceptable" de su órgano vital. No obstante, Alfredo Cahe, médico personal del jugador, se mostró ayer más optimista que en la noche del domingo, cuando Maradona debió ser internado de urgencia tras abandonar el estadio de Boca al finalizar el primer tiempo con 40 grados de fiebre y nauseas. Cahe descartó enfáticamente que esta nueva crisis haya estado relacionada con otra sobredosis.

"Esto no tiene nada que ver con su adicción a las drogas", subrayó frente a un inusual enjambre de periodistas que montaba guardia en las puertas de la clínica. Ante la catarata de especulaciones que combinan secretos de alcoba y diagnósticos improvisados, la familia de Maradona pidió que el tema de su dolencia sea tratado "con la máxima seriedad" y sobre lo que dicen los partes médicos. Pero con Diego, y en Buenos Aires, eso parece imposible.

CONTROLES DIARIOS Más allá de las conjeturas, la salud del Diego, de 43 años, era un tema que desvelaba el propio Cahe desde que su paciente llegó desde La Habana con un sobrepeso sin precedentes y algunas dificultades para el habla. Las escasas apariciones televisivas del ex jugador --en una de ellas con Julio Iglesias-- transmitieron una inconfundible sensación de precariedad. Su figura desmesurada, su voz, cavernosa, han convertido las imágenes de sus horas de esplendor y unanimidad en algo demasiado remoto.

No es casual que Cahe recorriera unos 50 kilómetros --desde la capital argentina hasta un campo en los suburbios- para realizarle a Maradona un control diario y un electrocardiograma. El astro había padecido un problema cardíaco en el verano del 2.000 mientras descansaba en Punta del Este. Fue tras ese percance cuando decidió ir a Cuba a tratar de atenuar los efectos de su adicción. En La Habana tuvo un accidente de coche del que salió ileso de milagro.

A pesar de la distancia, Maradona siempre se encargó de colocar su nombre en los primeros planos noticiosos: el divorcio con Claudia Villafañe, sus amoríos, los problemas judiciales y, recientemente, la ruptura con Guillermo Coppola, su amigo y apoderado. Las cosas cambiaron demasiado entre ellos. Diego lo acusó días atrás de querer verlo muerto para quedarse con el dinero que, asegura, aún no le ha robado a él y a sus hijas. Coppola intentó ayer acercarse a la clínica, pero lo único que recibió fueron los insultos de los admiradores de la estrella.

Desde que en 1991 dio su primer positivo como jugador del Nápoles, su vida ha seguido una trayectoria descendente en la que drogas, excesos y sobrepeso han tapado la trayectoria del futbolista más admirado de Argentina y le han hecho padecer, a los 43 años, gravísimos problemas de salud que mantienen en vilo a un país. Quizás ahora necesite apelar de nuevo a la mano de Dios.