Se ha organizado un debate de fuego real y virtual entorno a la trascendencia de los tres goles de Marc Gual al Córdoba y, sobre todo, por el cómo se ha comercializado. Nunca se habría producido semejante revuelo dentro otro marco deportivo diferente, pero la lastimosa trayectoria del Real Zaragoza esta temporada, el pésimo partido en el Nuevo Arcángel y el triste rendimiento que está ofreciendo el jugador han generado una buena cantidad de críticas, acompañados de mensajes de ánimo, hacia el futbolista. En primer lugar, es incuestionable que firmar un hattrick es un hecho excepcional incluso fuera del contexto profesional. Gual merece disfrutar del momento, de un día de inspiración que, al margen de robustecer su satisfacción personal, permitió al conjunto aragonés conseguir tres puntos de formidable valor para abrir una brecha muy importante con la zona de descenso. Lo que enfurece al aficionado menos afín al jugador es el contexto en el que recuperó el olfato a lo grande, tan doloroso que ha llevado a infravalorar (o sobrevalorar su figura en las contrarréplicas) el triplete del atacante.

El chico mostró su felicidad sin más porque tres goles no los regala nadie, ni siquiera el Córdoba, que, eso es cierto, colaboró en su desesperación y su ya nulo tono competitivo a allanarle el camino. La rápida y desafortunada respuesta del cada vez más invisible Álvaro Vázquez, insinuando en las redes sociales que las felicitaciones a su compañero suponían subirse al tren y la explotación del club de los goles como parte de una torpe campaña para conducir la atención del seguidor hacia otro lugar que no sea el fracaso (se celebran todas las efemérides más o menos gloriosas), han hecho un flaco favor a la imagen de Gual, cuyo reencuentro con las musas en absoluto le libera de un curso de suspensos continuos.

El futbolista de Badalona no lo es todavía, al menos para representar un papel principal ni siquiera en este Real Zaragoza anónimo. Se le intuyen detalles para el futuro, pero ahora mismo carece de la madurez personal y deportiva como apuesta firme en la línea ofensiva, algo que han visualizado los tres entrenadores que se han sentado en el banquillo. Un carácter imberbe, de sobreactuación añiñada cuando falla y, ante todo, una laxitud irritante cuando dispone de oportunidades de marcar, se han elevado sobre las buenas condiciones que se le intuyen. O trabaja, con ayuda externa y persistente, la explotación de sus cualidades o acabará en el baúl de la más absoluta vulgaridad que ahora le distingue. Porque la personalidad tornadiza solo se admite en los genios. Y no es el caso.

De regreso a Córdoba y a las tres dianas del punta catalán, el acontecimiento no admite, o no debería hacerlo, polémica alguna. Su aportación resultó fantástica por lo inusual y porque permitió una victoria esencial para seguir luchando por la permanencia. No, lo suyo no fue un churro. A Álvaro le convendría subirse a ese tren y bajarse de un vedetismo de garrafón.