Roser Alentá, la mamá, que, digo yo, algo, mucho, tendrá que ver con toda esta explosión de júbilo vivida, por cuarta vez en los últimos diez años (doblete Márquez, se llama), desde que los niños van por esos circuitos de Dios, daba saltos de alegría en el sofá de su casa de Cervera (Lérida). Papá Juliá se volvía loco, por partida doble, en el corralito del trazado de Bugatti, en Le Mans, Francia. Álex, el hermanísimo, disfrutaba de lo lindo porque hacía 25 grandes premios (Japón-2017) que no ganaba él, ni ningún otro español, en Moto2. Y Marc Márquez (Honda), sí, el heptacampeón del mundo, daba un nuevo manotazo en el Mundial de MotoGP, consiguiendo, con su nuevo estilo, es decir, visto y no visto, se apaga el semáforo y se escapa, su tercera victoria en cinco grandes premios y consolidaba el liderato del campeonato.

Todo eso lo hizo, en un abrir y cerrar de ojos, la familia Márquez, que ya domina el campeonato de la categoría reina gracias a un portentoso Marc, que ni tiene rival ni se le espera, aunque, a menudo, se asoman Andrea Dovizioso (Ducati), su compañero Danilo Petrucci (Ducati), también, cómo no, el veteranísimo Valentino Rossi (Yamaha), su colega Maverick Viñales, el jovencísimo Fabio Quartararo (Yamaha) y el atrevido Jack Miller (Ducati) y, sí, sí, también Álex Rins (Suzuki), que aprovechó el único error del pentacampeón más joven de la historia, cometido en Austin (Texas, EEUU), cuando dominaba la carrera con una mano, para conseguir su primera victoria en MotoGP.

Todos esos y más quieren la corona, pero nadie se entrena, nadie se prepara, nadie corre, nadie arriesga como Márquez. El campeonísimo, que reconoció que el triunfo de ayer, en Le Mans, empezó a construirlo el sábado «cuando logré la pole y así pude arrancar primero en carrera para dominar al pelotón», ha decidido que no piensa cambiar de estilo pese a que a él le gusta más pelearse en la pista, «pasarnos como ha ocurrido en un par o tres de ocasiones, no más, con Jack (Miller) en la octava vuelta pero, poco después, como he visto que no tenía mi ritmo y después de chocar un par de veces nuestros carenados, he preferido escaparme para no complicarme la victoria».

Porque, además, como fue un día maravilloso para la familia Márquez y todos sus amigos y equipo, hay que decir también que fueron dos victorias calcadas. No, no, no es que Álex, el hermanísimo, esté aprendiendo de Marc, es que el joven también se escapó en Moto2. «Si Marc empezó a fabricar su victoria el sábado, yo la he empezado a construir la misma mañana del domingo cuando, precisamente, todo, todo, todo me ha ido fatal, pues he montado el neumático blando y he acabado la sesión previa a la carrera en el puesto 18º. ¡Uf!, qué desastre. He llegado al box y David (García, su nuevo técnico) me ha dicho, vamos a montar el neumático duro y vas a ganar».

La familia, que lo sepan, vive en el circuito en un camión-vivienda que Marc mandó construir con todo lujo de detalles y aunque no se ven mucho (cada uno hace su vida y es papá quien les une), siempre están pendientes el uno del otro. «Marc me ha abrazado tan fuerte cuando he ganado y me ha gritado tanto, tanto, que no he entendido lo que me ha dicho», confesaba Álex. «Y Álex estaba tan feliz cuando me ha abrazado a mí, que no nos hemos dicho nada. Cuando eres feliz, sobran las palabras», reconoce Márquez. «Esto consiste en no rendirse nunca, nunca», señalaba Marc. «Y eso también lo he aprendido de Álex».