Soy ya quien más ha ganado, quien más veces se ha caído, quien más ceros acumula y, aún así, soy líder del Mundial. Es evidente que muchos seguirán considerándome un poco loco, o que arriesgo demasiado, pero esa pasión es la que me hace ganar».

Si miras la clasificación de todos los tiempos, ves que el más grande es Giacomo Agostini, luego le sigue, cómo no, Valentino Rossi, que ayer regresó del hospital, del quirófano, de una doble fractura, clavo en su tibia incluido, y acabó quinto a seis segundos del vencedor. A continuación, vienen dos tipos sensacionales, Ángel Nieto, Mike Haillwood y Jorge Lorenzo, de 30 años. Y, entonces, suenan las fanfarrias y aparece Marc Márquez Alentá, de 24 años, y cifras que empiezan a meter miedo a esos iconos, pues ayer el nen de Cervera alcanzó su victoria número 60 y lideró un nuevo triple español con Dani Pedrosa y el propio Lorenzo.

«Tú le das la mejor moto que puedas y, a partir de ahí, te apoyas en el muro y ves lo que hace con la moto que le has dado, sea mala, regular, buena o buenísima. No importa, él la hace ganar». A Santi Hernández, ingeniero-jefe del equipo de Márquez, le ocurre con su chico lo que al mundo con Leo Messi: «Se me acaban los adjetivos. No sé qué decir. Insisto, me siento y lo veo». Porque ayer, en Motorland, Márquez no tenía la mejor moto, ni los mejores neumáticos, ni las mejores sensaciones. «En cualquier otro circuito, hubiese desistido, renunciado a la pelea, busco los puntos. Pero estaba ante mi gente y en un trazado que todos nosotros habíamos marcado como ganador, nuestro».

Por eso se armó de paciencia y, cuando estuvo a punto de caerse tras superar a Rossi y Lorenzo de una tacada, una maniobra algo suicida e irse largo, largo, («pensé: ya giraré, ya giraré como sea, donde sea y por donde sea»), se apretó, con su dedo índice derecho, el botón de encendido que lleva dibujado en su casco («no tuve más remedio que hacer reset, calmarme y volver a empezar») y reemprender la marcha, calentar aún más su rueda delantera («la trasera ya lo estaba») y, a falta de ocho vueltas, superar a Rossi a 300 kms/h. en una curva larga de izquierdas («se ha cerrado de golpe y por poco chocamos») y, a continuación a Lorenzo («me ha sido imposible resistirle», reconoció el mallorquín). Y, a partir de ahí, el Márquez de siempre, el que admira Santi Hernández a través de los ojos que mejor lo conocen, volvió a dejar boquiabierto al mundo entero.

Y eso que detrás venía una jauría impresionante: un Lorenzo prodigioso, que pronto ganará con Ducati; un Pedrosa que se resiste a desengancharse del Mundial (y eso que lleva 12 años perdiendo), un Maverick Viñales al que se le está haciendo demasiado largo el año que empezó ganando en Catar y Argentina; un Rossi para seguir quitándose el sombrero y entender que le rindan pleitesía los suyos, su tribu y millones de motards; un Aleix Espargaró que es el mago de los privados, el monarca de los otros y un Andrea Dovizioso al que se le escapa el título como el agua entre los dedos.

Todos ellos reconocen que Márquez es ya el favorito. El único. El rey de reyes, el tipo capaz de ganar su cuarto título en cinco años. El que más se cae (22 veces ha rodado por los suelos), el que más ceros suma (tres: Argentina, Francia e Inglaterra), el que más victorias suma (cinco: Austin, Alemania, República Checa, San Marino y Aragón), el único capaz de ganar partiendo desde la tercera fila de la parrilla y el único capaz de imitar a uno de sus ídolos, el australiano Mick Doohan (Honda), que se proclamó campeón del mundo, en 1998, pese a sumar tres ceros. Desde entonces, nadie ha sido capaz de conseguirlo. Pero el 17 de febrero de 1993, Roser Alentá dio a luz a Marc y ahí empezó todo, el imperio del atrevimiento, del riesgo.