--Con 29 años ya había dejado el fútbol. ¿Qué pasó?

--Yo estaba un poco cansado de los entrenadores, pero a nivel deportivo me encontraba muy bien. Soy una persona delgada, sin tendencia a engordar y físicamente podría haber aguantado muchos más años. Lo que ocurre es que me lesioné de un metatarsiano, me operaron y no me quedé bien; al acabar contrato lesionado no me pude reenganchar con ningún otro club.

--¿Tiene esa espinita clavada?

--Sí. Nunca puedes mirar para atrás, pero veo a jugadores de mi edad jugando todavía en Primera. Me tocó la parte más emocionante, porque fue la época de la Liga de las Estrellas, la de mayor nivel de toda la historia. Pero a los nacionales nos dejaban poca cancha. En Zaragoza, por ejemplo, estaba Yordi, que era un delantero muy bueno, pero tenía a Milosevic, a Jamelli, a Radimov. Nosotros sufríamos y echábamos la culpa al entrenador, pero era difícil dejar fuera a un tío que venía de un país extranjero y había costado mucho dinero.

--¿Y qué hace mientras jugadores de su edad aún están en activo?

--Tenemos un despacho familiar en Coruña, Vales y asociados, de asesoría fiscal y jurídica. No quería seguir ligado al fútbol, lo que a mí me gustaba era jugar. Hacerse entrenador conlleva viajar mucho. Yo salí de mi casa con 17 años y volví a los 30. Cada tres años me tenía que cambiar de ciudad y llega un momento en que eso te cansa.

--Tras el Depor y el Sporting, fichó por el Zaragoza por 200 millones de pesetas. ¿Qué se encontró?

--Cuando llegué, cayó de lleno el boom de la Liga de las Estrellas. Fue la locura, llegaron jugadores muy buenos, impresionantes. El Zaragoza acertó con algunos, con otros no. Quizás no acertó de lleno con el proyecto, porque un año teníamos un entrenador, al siguiente otro, luego nos volvían a poner al mismo. Pero fueron unos años buenos, menos el del descenso, que no sé lo que pasó.

--Entonces no había acabado de explotar. Aquí encontró continuidad los primeros años.

--No, yo alternaba. Cuando estaba Luis Costa, al que le gustaba un estilo de juego diferente, no jugaba. Cuando venía Chechu Rojo, con otro estilo, pues sí. Para el jugador resulta un poco cachondeo que venga un entrenador y seas titular, que venga otro y a la grada. En la misma semana, eh. Y al revés: estaba desconvocado, fuera totalmente de forma y me ponían a jugar. Me acuerdo que vino Marcos Alonso los últimos partidos (del año del descenso) y me dijo: 'oye, Marcos, quiero que juegues'. Y pensé: 'pues ahora...'.

--Quizá influían sus características. Era un jugador de toque...

--A veces parece un poco surrealista todo. Parece que uno se pone gafas de sol y otro gafas de vista corta. Nunca entendí a los entrenadores ni lo que pasaba por sus cabezas.

--Con Chechu Rojo se entendía mejor que con el resto.

--Sí. Es que tuve a Luis Costa, al año siguiente vino Chechu Rojo, luego volvieron a poner a Luis Costa, luego volvieron a traer a Chechu Rojo... ya los jugadores no lo entendíamos, pensábamos: '¿no hay más entrenadores en el mundo?'. De Chechu Rojo guardo un buen recuerdo, primero porque deportivamente se portó bien conmigo y luego porque, con su carácter un poco especial, tenía buen corazón.

--Con él, en su segundo año, llegó a ir a la selección junto a Paco Jémez y Juanmi.

--Justo había entrado Camacho y la selección estaba un poco en tránsito. Con nosotros se portó muy bien, es como se muestra en la tele, extrovertido. Ganamos en Israel en una clasificación para la Eurocopa y al final la selección se clasificó.

--También ganó una Eurocopa sub-21. Y siendo el capitán.

--Fue en mi segundo año en el Zaragoza. A mí me ayudó porque vino Chechu Rojo y a raíz de eso me empezó a poner. Y a los tres meses fue cuando fui a la selección absoluta. Estaban Valerón, Guti, Míchel Salgado, Angulo... nos llevábamos muy bien. Pero no se le daba todavía bombo a la sub-21. Conseguimos la Eurocopa y yo creo que no salimos en ningún lado (ríe).

--El año anterior ya había sido irregular. Lillo vino y no duró ni cinco partidos.

--Llegó en el peor momento. El listón estaba muy alto, porque veníamos de casi ganar la Liga. Él llegó con su propia idea de juego, intentó llevarla a cabo y no le dio resultado. La verdad es que yo tenía más posibilidades de jugar con él.

--Con todo, ¿cómo valora su estancia en Zaragoza?

--La afición era exigente. Tengo muy buenos amigos en Zaragoza y me dio pena porque yo estaba en la mejor época de mi carrera con 25 o 26 años y me hubiera gustado que hubieran contado más conmigo y que el equipo hubiese respondido mejor. De hecho luego fui a Sevilla y di mi mejor rendimiento. Me quedó un sabor de decir: 'joder, podía haber hecho buenas cosas allí'.

--Dicen que los jugadores del Zaragoza calientan con un preparador en la banda desde que usted se lesionó en un Ciudad de Zaragoza por no estirar.

--El entrenador me sacó en el último minuto en un partido amistoso. Salí medio frío y me pegó una rotura. No sabía que lo habían corregido, pero me alegro (ríe). Luego el entrenador me dijo: 'no tenía que haberte sacado'. Le puede pasar a cualquiera.

--Ha dicho que la afición era exigente. ¿Cómo la recuerda?

--La gente por la calle era encantadora, porque el aragonés es buena persona, pero en el campo sí son muy exigentes. También tienen razón, porque la ciudad está entre las cinco mejores de España, el estadio lo merece y su historia también; se junta un poco todo. El sevillano, por ejemplo, es menos exigente.

--¿Eso afecta al futbolista?

--El jugador no se puede escudar en eso. El aficionado va al campo, paga su entrada y tiene derecho a expresarse como quiera. No le daba mucha importancia.

--¿Cómo ve al equipo ahora, lejos de la cabeza en Segunda?

--Como no estoy ahí, no conozco los motivos por los que está así. Puedo imaginármelo. El Zaragoza tiene que tener jugadores muy buenos y con experiencia, porque tiene que estar arriba, tiene que ganar, tiene una afición exigente. Por todas sus circunstancias, tiene presión. Pero como muchos otros, como el Valencia, como el Atlético... Está en esa línea y me parece correcto. La exigencia que te marca el club es alta, entonces si no fichas bien, se puede dar esta situación. La afición silba y a los jugadores les pesa esa situación. No es fácil ni siquiera para los mejores.

--Desde luego, ahora a los mejores no los tiene.

--También es cierto que todos los jugadores quieren ir al Zaragoza. Para los jugadores que despuntan en el Madrid B o el Barcelona B y que por la razón que sea no siguen allí, el Zaragoza es un equipo atractivo. Al final, el club también se aprovechará de eso, para tener mejores futbolistas que los demás, sabe que quieren ir a jugar allí.

--Hablando de exigencia, usted debutó con el Depor con 17 años. Era la gran promesa gallega.

--Sí, eso te genera mucha presión. Cuando eres joven, no es bueno que te ocurra. Aunque para mí fue fantástico, yo nunca había soñado con jugar en Primera. A lo mejor había una expectativa desproporcionada, poque era la época del Superdepor, que era una maravilla, y eso nos encumbró un poco a todos. En el Deportivo no salía ningún jugador nunca de la cantera. Entonces salimos Fran, José Ramón, yo... Vi jugadores de primera talla mundial, como Bebeto, Mauro Silva, Recarte...

--¿Qué pasó con Lendoiro cuando usted se marchó?

--Lo que ocurrió es que el presidente no me ayudó a quedarme. Lo suyo hubiera sido una cesión. No tenía contrato porque él no lo quería hacer. Le dije: 'oye hazme un contrato normal, cédeme y así cojo experiencia, porque quiero jugar en el Deportivo'. Pero no me recibía. Eran unos modos de operar incomprensibles.

--Se dice que contrató un detective para seguirle...

--Lendoiro, ya se sabe... Él jugaba al límite, también de una manera un poco absurda, porque los jugadores no somos tan mentirosos. No sé si me puso un detective o no, pero luego me llevaron a un juicio absurdo.

--¿Su carrera estuvo a la altura de su talento?

--Fue lo que fue. Con los años fui mejorando mucho. En mis primeros años era un jugador muy irregular. La época que me tocó fue buena para ganar dinero, pero no para jugar, porque la competencia era durísima. Yo recuerdo nuestro centro del campo, que era Kily González, Toro Acuña, José Ignacio, Aragón, luego vino Galletti, que costó no sé si 800 millones. Competir con ese tipo de gente no es fácil.

--Le quedó tiempo para estudiar dos carreras...

--Derecho y tres años de Empresariales. Yo estaba en las ciudades solo y estaba soltero, así que me servía para integrarme y conocer gente de mi edad para no ir solo con futbolistas.