Este Real Zaragoza tiene un número de jugadores lo suficientemente interesantes como para ser optimistas incluso tras una derrota inesperada como la de ayer, futbolistas útiles en su mayoría, capaces de hacer crecer la suma colectiva con cada una de sus aportaciones individuales. A pesar de la drástica limitación de las 18 fichas, lo que podría haber provocado justo el efecto contrario, el Real Zaragoza ha reunido una plantilla competente, sin nada que le sobre pero tampoco con lagunas extraordinariamente profundas. En su contexto --esto es la Segunda División y no convendría olvidarlo--, casi todos los jugadores tienen algo que darle al equipo, más o menos, que diferencias hay entre unos y otros, especialmente entre los que llevan la bandera y los que participan de vez en cuando.

Hasta el chasco contra el Tenerife, árbitro y partido flojo mediante, ese había sido uno de los secretos de la recuperación deportiva del último mes y medio. Salía uno, entraba otro y el resultado final no se resentía. La fuerza del equipo había emergido por encima de las particularidades. Tanto había sido así que erróneamente se podría haber pensado que aquí nadie era indispensable.

Si para algo sirvió el encuentro de ayer, la derrota y la forma en que se produjo, fallos del colegiado y desquiciamiento consiguiente aparte, fue para comprender a través del vigor de los hechos consumados que este Real Zaragoza tiene varios hombres imprescindibles, dos especialmente, sin cuya presencia el rendimiento global se resiente sobremanera. Borja Bastón y Mario.

Ellos dos, a los que siguen otros en importancia pero en una escala menor (Galarreta, Dorca, Eldin, Willian José...) no pueden faltar nunca. El central cayó en el calentamiento y la defensa se derrumbó con un terrible efecto dominó. Y, con ella, el portero. El partido de Vallejo, Rubén, Cabrera y Fernández fue calamitoso, como también lo fue el de los dos mediocentros, descuidados como nunca en una de sus tareas principales: evitar que los contrarios lleguen a la zona de tres cuartos de cara, como Pedro por su casa, de forma limpia y con un pase fácil en sus pies, como tantas veces ocurrió ayer y tantos problemas generó.

La ausencia de Mario, de esa única pieza, provocó un cataclismo colectivo, el mismo que seguramente se desencadenaría sin Borja en el campo. Hay equipo, pero también vacíos imposibles de llenar.