Faltó en Huelva en la jornada inaugural para evitar un posible problema en un hipotético control antidopaje, una fecha y una ausencia anécdoticas por cómo estaba la plantilla. Se lesionó en Lugo y el Real Zaragoza encajó dos goles tras un desmoronamiento colectivo en la recta final del partido. Y no participó el lunes pasado contra el Tenerife y sucedió lo que sucedió: el equipo fue muy inconsistente y la defensa al completo, una auténtica pena. Desordenada y sin fiabilidad. Mario Abrante tampoco estará esta mañana en El Molinón como consecuencia de una pequeña rotura de fibras y Víctor Muñoz, aunque su obligación es no dramatizar públicamente por ese vacío, pierde a una de las individualidades claves para el buen funcionamiento global.

Hasta ahora, el Real Zaragoza se ha caído como se cae un castillo de naipes cuando ha faltado el central. Su presencia en el eje de la defensa aporta seguridad, jerarquía, velocidad, anticipación, tranquilidad y un saludable efecto de mejora sobre el compañero. Su ausencia ha desatado siempre el pánico en la defensa, que se ha mostrado cándida sin él. El derrumbamiento de la primera parte contra el Tenerife es un ejemplo perfecto.

Hasta hoy, el Real Zaragoza ha generado una importante Mariodependencia, con las connotaciones provechosas que ello supone cuando está en el campo y con las negativas que acarrea cuando no está. El de hoy en Gijón es un partido grande. El Sporting tiene energía, juventud, hambre y una inercia ganadora que lo ha llevado hasta aquí sin conocer aún la derrota. Es un día magnífico para que Rubén, Vallejo, Fernández y Cabrera demuestren que saben vivir sin su jefe. O para constatar definitivamente que no pueden vivir sin él.