Hace dos días ni se planteaba que mañana iba a estar en el banquillo del estadio olímpico de Sochi. Estaba tranquilo, sereno, elogiando el trabajo de Lopetegui, incapaz de adivinar lo que se le venía encima. Aliviado, feliz, bromeando incluso con viejos amigos como Kiko Narváez o José Antonio Camacho. Una vida de ejecutivo llevaba Fernando Hierro, sin poder ocultar que ya le había picado «el gusanillo» de entrenador. Un gusanillo que le duró más bien poco. Pero llegó a decir que nunca se veía como un seleccionador. «Tengo un año de entrenador, otro de ayudante y 30 rodeados del balón», pregonó orgulloso una carrera espectacular como futbolista. Un defensa moderno, tan moderno que fue adelantado a su tiempo por la elegancia de sus pases, que unía a sus letales apariciones en el área, sus potentes disparos y un carácter de líder. Más bien de auténtico mariscal.

«Cuando queráis, abrimos el fuego rápido que tenemos que entrenar», dijo el nuevo seleccionador español, deseoso de pisar el césped, dispuesto a vivir un reto que no existía en su imaginación. Con Fernando Hierro, que ha tenido que construir un equipo de trabajo en pocas horas (hoy llegan Julián Calero, que fue segundo de Lopetegui en el Oporto y del técnico malagueño en el Oviedo; Juan Carlos Martínez, preparador físico; y el exinternacional Carlos Marchena), no solo se contrata un técnico sino también una figura respetada por los internacionales.

Poco importa su escasa experiencia en los banquillos. Empezó el Erasmus siendo ayudante de Carlo Ancelotti, sustituyendo, precisamente, a Zidane en ese rol. «Ya firmaría ser como Zidane, ya firmaría, lo digo de verdad... Ojalá», bromeó ayer cuando se le recordó si podría igualar los registros del francés, que llegó como solución de emergencia al Santiago Bernabéu tras ser despedido Rafa Benítez y se va con tres títulos de Champions en dos años y medio.

Completado el proceso de aprendizaje en el Real Madrid, asumió la dirección del Oviedo en Segunda A. Ha sido su única experiencia como líder de un grupo, que terminó con el equipo fuera de los puestos de playoff y el entrenador apartado del proyecto asturiano. Viene, además, sin tiempo de tocar nada en el apartado táctico, pero sí podrá, deberá, hacerlo en lo emocional. Necesita ordenar, y sin ayuda de especialistas en esta área (Juan Carlos Campillo, el coach de Lopetegui, se ha ido con él al Real Madrid), a sus «chavales». Así llama Hierro a sus jugadores, convencido de que podrá dotar de equilibrio a una selección que ha perdido la referencia que le había guiado en los dos últimos años, con una trayectoria casi inmaculada.

Está Fernando Hierro y no Albert Celades, bien valorado tácticamente en la federación, al frente de ‘La Roja’ porque se necesita transmitir una imagen de fortaleza y, sobre todo, de liderazgo. Conoce a los chavales, ya sea desde niños porque su cargo de director deportivo le ha permitido asistir a la evolución, o conecta con los veteranos, tipo Iniesta, Ramos, Busquets, David Silva, Piqué... por su excelente trabajo (y discreto) en el Mundial del 2010. Vicente del Bosque era el técnico; Hierro, el ideólogo de la convivencia, el tipo con carácter que movía silenciosamente los hilos de aquella Roja.

«Le puedo mirar a los ojos a todo el mundo. He actuado como se debe actuar», argumentó ayer en medio de un huracán que ha movido todos los pilares de la selección. «¿Cómo juegan mis equipos? Es una buena pregunta. Me gustaría que jugasen bien, que compitiesen, con un juego de posesión, con calidad... Con los artistas que tengo, estoy encantado de la vida», admitió Hierro, que no podrá dormir estos días «estudiando los vídeos» de Portugal y que mañana a las 20.00 horas dirigirá su primer partido.