Mamá ya tiene de todo, así que había que buscar un regalo especial, original. Máxime si, encima, te enteras que viene a la carrera, morena ella. Así que Marc Márquez maquinó el mejor de los regalos, uno que no está a la venta. Bueno, sí, vale una fortuna, pero no se puede pagar. Ganar el gran premio 300 de MotoGP y hacerlo en casa, ante 75.047 aficionados y Roser Alentá, la mamá de los Márquez. «¡Va por ti, mamá!», le dijo el pentacampeón de MotoGP nada más bajarse de su Honda, eufórico, en el corralito de Jerez.

Después de 41 minutos y 8 segundos de carrera, después de 25 vueltas como líder, después de un montón de giros rápidos, tras solo dos adelantamientos, nada más apagarse el semáforo, a los rebeldes Fabio Quartararo y Franco Morbidelli, que le habían arrebatado la pole el sábado, y tras una demostración absoluta, dañina, presagiada por muchos pero no por ello menos valiosa, Márquez le dedicó la victoria a todas las madres y tuvo un minuto para su equipo y, sobre todo, para su fábrica, que habían trabajado «como locos» por saber qué había ocurrido en su moto en Austin (EEUU) cuando se fue al suelo. «Lo descubrieron, lo arreglaron y aquí está el resultado», dijo.

El resultado fue una demostración hiriente de su dominio. Resulta realmente impresionante que el único magnífico que ha cometido un error (ayudado por un problemilla que jamás contará), el único favorito que tiene ya un cero en su casillero, sea el líder del Mundial después de cuatro carreras. Cierto, con solo un punto más que Álex Rins (Suzuki), impresionante ayer, de nuevo (como lo estuvo en EEUU, al ganar aprovechando la caída de Marc), tres más que el cuidadoso Andrea Dovizioso (Ducati) y nueve más que Valentino Rossi (Yamaha). Y todo porque, se le salga la cadena, se le pare la moto (como en el ensayo de la mañana de ayer), tenga o no problemillas electrónicos, se caiga o no, le arrebaten o no la pole número 82, él sale a ganar siempre, «a saco».

Y esgrimiendo ese arrojo al que no piensa renunciar, ayer mandó de principio a fin, de semáforo a bandera a cuadros. Se fue y los dejó peleándose por las migajas. Hizo las primeras cinco vueltas «con miedo», llevando pegaditos al Diablo y a Morbido, que disfrutaban de su cuarto de hora de gloria. «Quería entender la pista, calentar el compuesto duro de mis neumáticos y no equivocarme», afirmó.

«Eso sí, completada la vuelta 10 y a falta de 15, me dije ‘¡ahora, Marc, ahora!’ Y saqué durante cinco vueltas todo lo que tenía». De ahí que hiciese la vuelta rápida de carrera en el 15º giro y acabase metiéndole casi cuatro segundos a un soberbio, excelente y metódico Álex Rins, cuya candidatura al título (que niega) está ya escrita en letras de oro tras su victoria de Austin y esta plata de Jerez.

Tras caerse en Austin y antes de llegar a Jerez, todos los que saben, desde Kenny Roberts a Valentino Rossi, pasando por Kevin Schwantz, míticos campeones, dijeron que, pese a todo, pese a la caída, pese a ser cuarto de la general, pese a estar a nueve puntos del líder, «Marc sigue siendo el claro favorito al título». Le ven tan bueno, fuerte y superior que la sensación general es que solo él puede perder este título, el que sería el sexto en la categoría reina. Él, por si acaso, se encomienda a su madre, «que es quien más y mejor me cuida, que me hace los mejores macarrones y me cuida cuando me pongo enfermo» y le regala el liderato de la clasificación mundial forrado de besos.