Cuando ganas una carrera así, cuando ganas una carrera que todos, todos, quieren ganar, cuando te peleas a hachazos con los mejores, cuando no te guardas nada, cuando arriesgas sin pensar en el título ni sentir miedo y, de pronto, cruzas la meta como vencedor, el subidón de adrenalina es indescriptible, único. Y, sí, eso es lo que he sentido hoy al ganar en Assen». Marc Márquez (Honda), de 25 años, poseedor de seis títulos, tetracampeón más joven de MotoGP, triunfador en una tercera parte de las carreras que corre, inquilino del podio en el 75% de los grandes premios, líder destacado del Mundial, no tenía ninguna necesidad ni de jugarse la vida (como todos sus colegas), ni chocar su carenado con los rivales para ganarles la posición, ni volar bajito en la antepenúltima y penúltima vuelta, donde les sacó medio segundo (o casi) a cada perseguidor, sentenciando una de las diez carreras más espectaculares de las últimas décadas.

Márquez hubiese tenido suficiente con acabar en el podio, o cuarto, o quinto, e, incluso, sí, dejar que un muchacho llamado a ser de los escogidos, el fino estilista y brillante piloto Álex Rins recibiese su merecido baño de gloria en la mismísima catedral, en Assen, el trazado donde solo ganan los seres superiores.

Pero Márquez tenía demasiadas cuentas pendientes ayer como para tener un día blando, condescendiente. Todos los que quieren su trono (pese a que ninguno de ellos lo cuestiona, pues dicen abiertamente que es el mejor) desataron las hostilidades desde que se apagó el semáforo. Repito, todos. Y Márquez, que se apunta a un bombardeo, aceptó el reto. Y los machacó.

PELEA LIMPIA / Fue como la ‘Cúpula del Trueno’: seis entran, uno sale. Hubo de todo, pero todo limpio, honesto, apasionante y apasionado, sin maldad. Fue una carrera digna del mejor motociclismo, de esas que crean afición y apasionan, incluso a los críticos, a los que se preguntan por qué un niño de 14 años, el intrépido y veloz Andreas Pérez, muere por practicar este deporte. ¡Porque quiere ser como ellos!

Y ellos ayer levantaron al público, a los 105.000 oranges que se citaron en las dunas de Assen, bajo un sol impropio de este país, con sus maniobras trepidantes, sus choques, sus quiebros, su paso por curva estremecedor, marcando sus neumáticos en el mono del rival («mira, mira, la rueda de Jorge, pero seguro que hay más de dos que llevan mi neumático pintado en su mono», contó Márquez) y provocando el miedo, el ¡uyyyy!, la electricidad, en millones de motards. Jorge Lorenzo abrió hostilidades apareciendo en la cabeza del grupo, pese a arrancar desde la quinta fila de parrilla. Rins y Viñales llegaron a la cabeza de carrera a acelerones y empujones, chocando y riéndose. Valentino Rossi fue el ‘semidios’ de los domingos. Y Andrea Dovizioso quiso ser el subcampeón del año pasado, pero lo de ayer era demasiado para él, tan clásico, tan tímido.

Márquez, que se sentía fuerte, veloz y quería dar otro puñetazo sobre la mesa, peleó como siempre para cortar la racha de Lorenzo, para impedir que Rossi se le subiese a las barbas, para que Dovi comprendiese que su momento ya ha pasado y para recordarles a jóvenes intrépidos como Rins y Viñales que al rey le quedan un montón de años de reinado.

Por eso peleó. Por eso hizo dos vueltas suicidas (la 24 y 25, para pasearse en la última). Por eso entró en la catedral con 27 puntos de ventaja sobre Rossi y se va con 41 de diferencia. El botín valía la pena. Todo un ídolo al que ve con admiración, por ejemplo, Jorge Martín, al que KTM ya ha fichado para su próximo equipo de Moto2 y que ayer ganó su cuarta carrera de Moto3: Catar, Austin, Italia y Holanda. El madrileño corre en plan Márquez, a saco. Volvió a demostrar su poderío, pese a haberse dañado su pierna derecha, aún renqueante de un accidente en pretemporada.