De su calidad futbolística dan cuenta sus goles, más de 300; de su calidad humana dan fe quienes fueron sus compañeros. Enrique Castro Quini dejo tanta huella en el terreno de juego -siete trofeos Pichichi al máximo realizador, dos de ellos en Segunda División- como fuera, por el trato que mantuvo en el vestuario y en la calle. El aficionado conservará el recuerdo de un tipo entrañable, porque esa es la imagen que proyectan los futbolistas que le conocieron.

Incluso los rivales. Hasta los árbitros. Solo una vez fue expulsado, en más de 600 partidos oficiales, y por protestar. Nunca por dar una patada o por devolver una agresión, pese a que lidió con la flor y nata de los centrales (Benito, Arteche, Mina, De Felipe, Aguirre Suárez...) más duros y violentos de la época.

«Quini recibía más cartas que Maradona», recuerda Ángel Pichi Alonso, en un comentario que resumiría la doble admiración, deportiva y humana, que suscitaba al desaparecido delantero asturiano. El exfutbolista de Benicarló revive la impresión que le causaba ver la taquilla de Quini y la devoción con que las contestaba todas.

«Quini era una persona que caía bien a todo el mundo, muy enrollado y cercano, dispuesto a ayudarte, simpático, siempre cariñoso con quien se acercara», rememora el exzaragocista retratando la figura de un bromista de libro. «En el hotel de Vallvidrera donde nos concentrábamos había un camarero cascarrabias. En cada mesa teníamos una botella de vino de una marca que tenía una redecilla. ‘Cuando venga el camarero, tú empujas la botella hacia él pero yo la tendré cogida por la redecillla. Verás qué susto le damos’, me dijo. Yo empujé la botella y él no la había cogido, con lo que, efectivamente, le tiré todo el vino por encima y quedé yo con el culo al aire», recuerda Pichi a modo de ejemplo sin evitar la risa.

«Era un hombre excepcional y un goleador de los que ya no hay», manifestó el segundo de la clasificación epistolar. Diego Armando Maradona, desde los Emiratos Árabes, se acordó de Quini, tal es la huella que le dejó. Su llegada originó, también, la suplencia de Quini, especialmente cuando César Luis Menotti sustituyó a Udo Lattek. Antes se había marchado ya Asensi a quien se consideraba un veterano pese a que tenía la misma edad que Quini. «Parece que cuando mejor persona eres, peor te trata la vida», reflexionaba Asensi de Quini, que además de los 25 días que pasó encerrado en un zulo, sufrió la muerte de su hermano Jesús, portero del Sporting, y pasó por un cáncer de garganta. «Todo lo que se haga en su memoria es poco. Como jugador hoy no tendría precio, sería algo desorbitado», calcula el exfutbolista alicantino de un goleador admirable.