Jugó el Zaragoza la segunda parte a un ritmo cansino, exasperante, dejando la sensación de que el partido le duraría una vida, que había tiempo para el rocanrol. Puso una marcha pausada, lenta, desesperante, casi entregado a una casualidad o un milagro. El Granada apretó los primeros diez minutos después del intermedio y se echó a dormir. Se ajustó cómodamente cerca de su área, se puso bien la almohada y los cojines, la sábana por aquí y la funda nórdica bien ceñida por si en los últimos minutos entraba el frío por algún costado. Iba a mandar el partido a descansar en las botas del Zaragoza, que cumplía su enésimo día sentado al borde del contrapunto, de ese punto de inflexión que debería ponerle un sentido al discurso de González. No hubo giro, revuelta o molinillo.

Poco a poco pareció esperar que el reloj hiciera su trabajo. Hasta Oltra intuyó un arreón final del equipo aragonés. Se apuró cuando entendió que venía la acometida final, hizo romo a su equipo y ajustó un trivote de contención. Entendió que siempre aparece un punto de desesperación y rabia en los minutos finales que a cualquier equipo le obliga a acelerar. A cualquiera menos al Zaragoza, que dejó circular el balón y el partido en el mismo sentido que su fatalidad. Se necesita en estos casos un cambio de marcha primero, un punto de insurrección final que acogote al rival. Esperaba todo eso y más el entrenador del Granada. Nada por aquí. El Zaragoza apenas apareció en zonas de remate o fue obtuso. Nada por allá.

De poco sirve tener una posesión abrumadora si no se sabe traducir el dominio en ocasiones. Faltó la definición, se echó de menos algo más. A buenos ratos, el equipo no entendió por dónde acceder a zonas de remate, ni siquiera a los balcones desde donde se observa el territorio enemigo y se atacan sus puntos débiles. No llegaron disparos, no se filtraron últimos pases, ni siquiera pelotazos al punto de penalti a ver si algo se calentaba cerca de la olla. Peor fue aún que no se advirtiera un conjunto que pusiera el alma en el intento. Su entrenador no ayudó. Mandó la pólvora al frente muy tarde.

Ni una decisión tomó Natxo González antes del minuto 75. Ni se acercó al punto de inflexión del que tanto habla. Tenía ayer en Los Cármenes una oportunidad de oro para situarse a 4 puntos de un claro candidato al ascenso. El fútbol lo puso a 10, seguramente el lugar que merece. Se entiende por un lado que el equipo está a medio hacer. No se comprende, sin embargo, el bajo rendimiento de muchos futbolistas, los vacíos de compromiso, la incapacidad técnica para darle otro aire a los partidos torcidos.

Esta idea de la inflexión da para toda una reflexión a la vista de un dato: el Zaragoza solo ha sido capaz de ganar dos partidos seguidos una vez (Numancia y Lorca). Van 23 jornadas dándole vueltas al tiempo, creyendo que todo cambiará, hablando de falta de actitud. Hoy parece más una cuestión de ambición que de disposición. Personalidad, se diría. Se echa en falta un espíritu más revolucionario. Cuando las cosas van mal, nunca está de más tocar a rebato. A toque de corneta se agitan las batallas, aunque a veces toque morir matando. También se puede matar muriendo. Pero matar, o morir, o sentir.