Se esperaba otro Zaragoza. Más por gracia divina, todo sea dicho, que por la mano de chapa y pintura que le ha dado estos días Víctor Muñoz. El corazón, el motor y las ruedas de este Zaragoza siguen siendo los mismos, con demasiadas piezas de segunda mano y a falta de una puesta a punto fiable en las que han salido de la fábrica oficial. Aun así, por ese impulso que se suele producir cuando llega un entrenador nuevo, un nombre de peso para el zaragocista de bien; por ese restablecido buen humor de La Romareda, que también tenía mucho que ver con la fe en el banquillo; por esos retoques en el once inicial, con Arzo en la sala de máquinas y Javi Álamo caído a la derecha; por eso y por más, en verdad pareció otro Zaragoza en cuanto a intención y esfuerzo, aunque el resultado dejase al aire otra vez las vergüenzas de un grupo de jugadores de módico precio y costoso rendimiento.

No se podrán quejar esta vez de la presión de los suyos, de la grada con la que andan siempre entre la pasión y el desenamoramiento. La gente no solo fue con el ánimo bien alto y la garganta preparada para el aliento fácil. Además, respondió al gol del Deportivo con un aplauso que, si bien no fue general, sí fue generoso. Así que no hay lamento que valga. Ya le pasó a Paco Herrera, que perdió la perspectiva, arriba y abajo, mucho antes que el puesto de trabajo. Esas semanas extra (o meses, a gustos) que le dio el Zaragoza, vaya usted a saber por qué, las puede echar de menos ahora Muñoz, que apenas tiene margen de maniobra. Tiene que hacer un equipo, darle un estilo, recuperar físicamente a los jugadores y convencerlos.

El entrenador zaragozano tiene todo el trabajo del mundo por delante y solo once semanas para encontrar un resultado. Se ha encontrado un equipo sin filosofía, desarmado anímicamente además, en conjunto y en unos cuantos valores individuales. Así que Víctor dijo en su presentación que su plantilla es la mejor de Segunda. Y alguno, que para todo hay, creyó que lo decía en serio. Pura ironía. La realidad es que no tiene otros, que si acaso tendrá que tirar de alguno del filial a la espera de reponer los deterioros pretéritos, Henríquez y Víctor, sobre todo, a los que Herrera subrayó, no se sabe muy bien por qué.

¿Qué hubo de nuevo en La Romareda? En cuanto a fútbol, poca cosa. Fue el equipo espeso y lento de casi siempre, atorado por su incapacidad técnica, de sobra conocida. Nada que explicar. Qué decir de Paglialunga, al que Víctor se pasó todo el partido apremiando para que circulara el balón. No hubo manera. Gustó más Arzo, con presencia, recorrido y criterio. Se le acaba la gasolina antes por razones obvias y anda con los músculos entumecidos. Ayer no llegó al minuto 90, tieso. Rígido como casi todos, los que hicieron pretemporada y los que no, los que han jugado más y los que menos.

Se diría que al Zaragoza le da el fuelle para una hora, aunque Víctor anduvo compasivo ahí. Lo entreveró con la moral tocada de la muchachada, que dificulta el análisis en cuanto a desgaste general. En el futbolístico, de momento, sigue sin haber dudas.