Cualquiera pudo entender después del partido del Real Zaragoza en Oviedo, el mejor sin duda de este último quinquenio negro en Segunda División, que por fin el asunto del ascenso iba en serio. No se recordaba una noche igual en muchos años, ni por el imponente resultado (0-4) ni por la forma en la que el conjunto de Imanol Idiakez sometió a su rival desde el primer minuto de juego. Nadie descifraría aquello como una casualidad. No hay azar en esas victorias hermosas de equipo valiente, bien puesto, fino y eficaz. Las piezas se movieron en el escenario del Tartiere acompasadas, como en un ballet donde todo está medido. Apretaban los tres de arriba a la vez o se recogían también con celeridad conjunta cuando el partido lo exigía. No había prisa con el balón, se encontraban los caminos y se apabullaba a un rival impresionado por la supremacía zaragocista.

Había vuelto Zapater al centro del campo y Verdasca a su sitio atrás, así que todo parecía en orden, dispuesto para ejecutar una temporada a la altura de La Romareda. Nadie pensó entonces que quizá era demasiado pronto para encontrarse con un equipo tan hecho en todas las líneas. No era normal, ciertamente. Más extraño fue, no obstante, lo del sábado ante el Lugo después de tanto oír hablar de que la apuesta por la continuidad serviría para darle réditos al equipo desde el primer día. Fue el peor partido este, pero solo de la temporada. De los últimos años hay para elegir entre malos, horribles y estrepitosos a puñados.

El caso es que dos semanas después de salir de Oviedo soñando otro verano al norte de la clasificación, el Zaragoza se parece más al de las últimas temporadas que al prometido en tierras de Don Pelayo. En Almería, primero, sufrió un impacto que se quiso interpretar como un accidente, si bien se le dio más relevancia a los errores individuales que al fútbol en general. Se pasó por alto, con mayor o menor intención, que en el Mediterráneo empezó a chisporrotear el centro del campo, con la consecuente desactivación de los delanteros. No fue un detalle menor aquella desconexión, ni la falta de energía que se detectó en algunos jugadores. Ante el Lugo el apagón fue general, de tal manera que no funcionó nada.

«Peor no se puede jugar», resumió Idiakez, que encontró alguna de las causas del desastre último en aquella noche del Tartiere: «La victoria de Oviedo nos vino fatal a todos», dijo el entrenador. No se refería al resultado, claro, sino a cómo afectó al equipo, que no supo entender los elogios. «Hemos sacado pecho y nos lo han partido», remató el técnico, que deberá averiguar si ese desconcierto anímico está tan relacionado como adivina con el pésimo juego del pasado sábado, con errores grotescos, impropios de un equipo profesional.

Pareció un partido cualquiera de alevines. De alevines malos, se entiende. Más que valiente, el Zaragoza fue osado al tratar de salir con el balón jugado a través de los dos centrales. Las pérdidas, comunes en jugadores de poco pie, se convertían en ventajas claras para el Lugo, que atacaba 4 para 2 o 5 para 3 contra rivales reculando. Un chollo, vamos, con las conocidas consecuencias funestas.

No fue único el problema de los centrales, a los que no se acercó ni un centrocampista en toda la primera mitad. Se supone que fue por órdenes del entrenador. De otra manera no se entiende que Javi Ros apareciese incrustado entre ambos en la primera salida de balón del segundo periodo. Ahí se mantuvo. Todo mejoró sensiblemente menos la moral de un equipo que, extrañamente, capituló cuando quedaba media hora larga de partido. «No nos podemos permitir jamás rendirnos con esta camiseta», dijo Idiakez. Le faltó añadir: y menos en La Romareda. Por cierto que su estadio ha dejado de ser un fortín, otro problema para meditar. Ha ganado el Zaragoza un partido de tres. Cuatro puntos de nueve. Al que derrotó fue al Rayo Majadahonda.

LAS EXPLICACIONES

El resumen del partido lo dejó el responsable en «una lección» que debe servir para el futuro. No explicó, sin embargo, por qué el Zaragoza ha pasado de jugar su mejor partido en años a ser un equipo atroz en solo dos semanas. Será porque faltó Igbekeme, que todo puede ser; será porque Zapater anda con lo justo, que también; será porque los delanteros han desaparecido con el rombo; será porque el entrenador se ha empeñado con Buff después de que le dijeran en verano que se buscase equipo; será porque Idiakez no cree del todo en Soro; será porque el central mejor dotado técnicamente se queda ahora en el banquillo; será porque la plantilla se creyó de pronto un dream team, algo inconcebible con solo cuatro jornadas disputadas. Será porque el Zaragoza, aunque lo pareció en el espejismo de Oviedo, todavía no es ese viejo Zaragoza que cada día está más lejano.